2007/12/04

Ceniza

Hace unos días algo pensaba en una rima falsa y tonta que recorre sin gracia el siguiente camino:

Como las cenizas recuerdan las llamas que han sido
conservo de tus labios un recuerdo tibio
venido de los días previos al estío.

Cita que no hace mayor diferencia, así como eran cenizas de pensamiento, estas palabras seguirán siendo cenizas de cualquier otro tipo, posiblemenente de uno inaudible y no visto. Escribir es un acto vano de fe en el milagro de la lectura o un hecho natural simple y tan plano como el barrer las birutas de polvo que el aire ejecuta más por consecuencia secundaria que por su vuelo espiritual.

Ni labios, ni llamas ni estío. Argumento y símbolo aquí son la ceniza.

2007/11/10

Teatro de la muerte Acto Séptimo

Junto a la nevera. Los rumores de la siguiente habitación entran cada vez más bajo.

¿Cuándo eras bueno?
Reconozco que ahora ya no soy tan...
nunca fuiste bueno.

2007/10/25

Teatro de la muerte Acto Sexto

Luego de cruzar el umbral de la factoría. Luz de neón.

—Algo me duele mucho más que el incesante ruido...
—No me importa.
—... y es el silencio indolente.

2007/10/21

Teatro de la muerte Acto Quinto

El taxi se mueve sobre un puente. La lluvia ha cesado.

- Me gustaría ir más rápido...
- ¿Qué tanto?
- Tanto como para dejar atrás mis pensamientos.

2007/10/06

Signos de relación

No más que yo
Relleno quieres,
tanto más
Relleno dudas,
igual -¡y cuán distinto!-
Relleno disfrutas

estos cálculos perdidos.

Madrigal roto

Si tus ojos copiaran su dulzura en tus labios,
la gloria brillaría para mí al menos un día.
Si entre nos pudiera un sol nacer...


Vengan los días en tu ausencia y tomen de mí fulgor.
Roben todos con leve goteo el mar que es tuyo por derecho.

Sea yo mi sombra errante ya que tú, mi luz, alumbras allende.

Que el día oscuro corra y la noche ennegrezca cuando tu boca
fresca, frágil, fecunda y quizá mía
no sonría.


Dure para siempre nuestro puro abrazo
-pues puro es cuanto te doy.

Refulja mientras sea tu 'pienso', tu 'deseo', tu 'quiero', tu mecer,
y arda en el lapso la estrella que confirma mi pasión.

2007/09/28

Contemplación de juglar

Estaba como contemplando el llanto
sin lograr encontrar las lágrimas.

En su boca se iba acumulando un lamento, inconcluso todavía por las palabras negligentes, y sobre los hombros se le sedimentaba un tedio pardo como el tiempo mismo, ese tiempo que era un hilo de cometa.

Había remotando mil días de pendiente contra nubarrones densos, el peso del menisco, y contra las indomables, imprevisibles corrientes que borraban los logros.

Sus ojos seguían, sin ganas, cómo se iban apilando, sin gana, los kilómetros de este camino repetido que cruza la oscuridad y termina en su hogar.

Esa mirada femenina atendía al mundo sin fijarse en él, era como una princesa anhelante en el balcón en espera de las noticias allende las murallas mientras el atardecer paría de nuevo la noche, la Luna y las estrellas con derroche inmenso de colores en el cielo.

* * * * *

En verdad le hacía falta conocer los actos de los juglares, perderse en el baile de la palabras, embriagarse del abrigo de la amistad peregrina, sacudir sus pesares y, con canciones, moldear una sonrisa para su cuerpo.

Hubiera sido fiesta si nos hubiera dado su música y no aquella mirada.

Habría quemado sus condenas rastreras en la fogata pagana, juntos todos nos habríamos visto con su licor amargo, y al punto terminado, vinos dulces vendrían como regalados por ángeles.

El sueño nos hubiera ofrecido un nuevo comienzo, uno promisorio y luminoso como ella misma, para recuperar desde allí los legados del recuerdo.

Pero ella, aunque no encontraba las lágrimas,
estaba como contemplando el llanto.

Teatro de la muerte Acto Cuarto

A punto de amanecer. La celda.

—Aún tengo la esperanza de que me maten.
¿Esperanza?
—Sí, vana esperanza.

Teatro de la muerte Acto tercero

En la calle en noche de feria, justo frente a un bar. Es luna llena y huele a rosas.

—Tú me gustas. (Ríe)
—Tú no. (Ríe)
—¡Qué bueno que somos sinceros! (Ríen)

Teatro de la muerte Acto primero

En el alba primera de un día cualquiera, en la vera de un camino que lleva muy lejos

—¡Dios los proteja...!
—¿A cuál dios te refieres, vieja?
—Al único.

Cita a la que no puede faltar

Los hombres me han llamado loco; pero todavía no se ha resuelto la cuestión de si la locura es o no la forma más elevada de la inteligencia, si mucho de lo glorioso, si todo lo profundo, no surgen de la enfermedad del pensamiento, de estados de ánimo exaltados a expensas del intelecto general.

Edgar Allan Poe
en Eleonora

2007/09/21

Humo y ceniza

-Es un vicio tonto, el más tonto: al final sólo queda humo y ceniza.
-No hay vicio que no sea tonto y al fin todo es...
-¡Este es el más!
-...humo evanescente y ceniza inerte.
-¿Te quieres morir, entonces?
-Tengo qué.
-¿Con mil dolores?
-Quizá con más...
-Y encima, me quieres matar a mí.
-No, nunca, a ti no, quizá a otros...
-Tu humo venenoso me llega igual.
-Humo es lo que puedo dejarte y veneno es lo que soy.
-Apágalo. Por favor.
-¿Y perder el fuego doméstico, su cruel tibieza y su sabor a fatalidad?
-Apágalo. Apágalo por mí.
-¿Por ti?
-Sí, por mí. Solía ser un buen argumento.
-¡El mejor!
-...aún está encencido...
-Solía ser el mejor argumento para vivir.
-¡Apágalo o lo apago yo!
-¿Cuánto más puede durar?
-Más de lo conveniente.
-¿Conveniencias a mí?
-¿Qué quieres que diga?: Lo detesto.
-Su fin está cerca, ¿por qué apurarlo?
-El tuyo no, ¿por qué apresurarlo?
-¿Por qué no?
-No diré que porque te amo. Ya no.
-Tú ganas: después de eso, nada más.
-¿Era tan difícil? Sólo era un maldito cigarrillo.
-Sí, mi maldito cigarrillo.

2007/09/01

Versículos perdidos

En el reposo Divino, la contemplación Omnisapiente materializó en el Árbol de Lehebel toda su potencia e inmanencia. Aquella Santa Ensoñación informó los seres otros que guardan también el Hálito Divino. Amó Dios a las otras criaturas, figuró su futuro y les dio por lugar el Árbol. Una vez comieron Adán y Eva los frutos de aquél lo mancharon de temor y orgullo. El poder del hombre, imagen y semejanza, cambió así a las criaturas de Lehebel, siendo unas de luz y otras perdidas. El Creador ordenó que un Arcángel diera a los hombres su castigo, el dolor, el andar y la muerte, mientras Él puso a las criaturas manchadas en simas, bosques negros, abismos y mares ocultos, para que rondaran esos parajes según su ser. Una vez vacío, el Árbol se secó y desde entonces el Saber del mundo está disperso.

2007/08/25

Yazgo

Como perro, dicen para herir
porque no comprenden que no irradio,
que no brillo,
que mundano abrazo al mundo.

Como hongo o quizá como liquen
me aferro a esta piedra
en la entrada de la cueva.

En las mañanas me ocupan las sombras allá adentro,
a la tarde las criaturas me entretienen.

Y en las noches soy feliz
cuando la noche negra
me devora,
me borra,
me niega:

Soy la misma sombra de la roca,
soy
(no yo),
soy granos de tierra
sin raíz.

2007/08/21

Todavía

De Antonio Machado
y toda su bella escritura
me llega más hondo al alma
el verso recurrente,
y a la vez poesía completa,
que reza fiel y justo
"Hoy es siempre todavía".

En cambio de dolor y angustia,
como un niño jugando
y alejado de todo mal,
logra mostrar el gris presente
como mil promesas en flor.

Un hoy que nunca acaba
un hoy cálido y esperanzador.

2007/08/06

La Moribunda Tarde de los Parias


Como parias sabemos qué es afuera, cuál es la salida y dónde está la puerta. Así mismo, somos quienes cerramos luego de pasar algún rato en los reversos simétricos de lo antedicho y de atravesar el umbral, y antes de que aquellos constantes envíos de palacio (pestes, flechas, edictos, maledicencias) caigan dentro de nuestros fardos ya de por sí pesados.




Lamentablemente, desde un punto de vista subjetivo y trascendente, no sabemos, no podemos, no sabemos si podemos revertir la transfiguración mística del cierre estruendoso del portón. Ayuda en esto el hecho de la ausencia de pomas en el exterior de la puerta y los cientos de fallebas que automáticamente aseguran el cierre definitivo de la misma. Debemos, pues, esperar que desde el adentro vengan a abrir, movidos por el olvido de nuestras existencias (que nuestra sombra insiste en repetir por los antros), la conmiseración tardía, la vergüenza prudentemente calculada o, con mucha más frecuencia, el incendiario e incesante rencor, rencor inexplicable además si se piensa que es más lo que hacen a nos que los que nos a ellos.




Puede que no sea destino, léase, un necesario histórico, estar en adentro, pero nada llama más a la conciencia colectiva del colectivo agraviado que una posibilidad que resulta, si es válido decirlo, imposible. Se le antoja a la Historia que hagamos lo posible, opción perjudicial para nuestro andar. Lo que nos piden es posible (tangible) pero indigno, así que hemos de abandonar lo posible (lo real) por la dignidad (o indignidad) de desear lo imposible (lo sublime): ser enteramente nos. Quizá por eso digan que huimos, pero la verdad es que escapamos, es decir, nos vamos para seguir siendo, aunque para nos es sólo andar.




Suele que andemos juntos, lo que no es una característica propia, y ni que digamos esencial, sino una tragedia que tememos no optar por resultar tan provechosa para la ridícula superstición del más inepto. De hecho, las más de las veces, nos congregan fuerzas claras y discretas que actúan también sobre la polvareda, las piaras y la viruela.




Nos conocemos desde lejos aunque nunca las historias de lo particular nos hayan juntado en el mundo de la experiencia sensual, sensorial; no por luces ocultas en las pupilas, no por colores de auras espectrales, no por signos místicos empotrados en carne o nimbos, no por loas ancestrales clavadas en la eternidad del viento, sino por otro atributo más empírico, pueril y verídico: la repetición exacta hasta el aburrimiento de los olmos de la renquera asimétrica y disfónica de la extremidad inferior siniestra.




Por esta causa, consecuencia y condición, cuyo origen ya es de todos conocida, y por tanto no me extenderé en su explicación, reconocemos entre los patéticos gemidos de la villa aquellos que vienen de uno de nos, y este reconocimiento fuerza atención similar a la que el trueno obliga en el can acobardado; dependiendo de cada cual en su juicio, salud y posición la disyuntiva actuar o escapar. La acción, o el rescate, es lo mismo entre nos, está limitado: las autopistas, los noticieros y los banquetes están reservados. De este modo, corresponde, según los principios heurísticos, la vía de a pie, que está compuesta por portezuelas, callejuelas, mujerzuelas, suelas, hojuelas y anzuelos, flotantes, estrechas, disipadas, gastadas, melancólicas e ineficaces, en ese mismo orden. O en otro.




Mayoritariamente vamos por desagües, ya en creciente, ya en menguante.




Recurrimos también a, recorremos también cunetas, drenajes, zanjas, canales, cloacas y (rara vez) gárgolas, si es que se topan en nuestro descenso no dirigido pero si sesgado a nuestro antojo. Es obvio que de este modo (escorrentía) no siempre llegamos a donde queremos (si ni siquiera podemos asegurar que llegue quien quiere llegar, no podemos asegurar que se llegue a algún lugar que resulte querido o amable) sino que en general rodamos hacia donde rueda grumosa y se acumula al fin la mierda (con la cual se nos suele confundir para que así nunca se revelen –¿rebelen?– los atributos inherentes de nos), pero a falta de dispositivos mejores, más lustrosos y mejor calibrados, los resultados se nos presentan asombrosos.




En medio de tanta incertidumbre sobre el movimiento de nos, hay dos asertos seguros. El uno es ya de renombrado reconocimiento, que festejamos cada pírrica no-derrota así como se celebraría el triunfo de Diógenes, con monumental asombro y lágrimas de esperanza.




El otro y quizás tautológico es que se llega tarde: nuestro tiempo es robado o bien de segunda mano, y en uno u otro caso ya viene gastado e incompleto: el ser paria es llegar tarde. Y tarde para nos es muy tarde, es decir, fatal.

En la última playa

Un hombre, el que todos seremos alguna vez, dormía profundamente. Tenía la frente apoyada en el antebrazo izquierdo como resguardándose del inminente mal, enfrentaba su espalda desnuda a la infinidad del espacio, sus piernas se extendían sin el menor movimiento sobre la suave pendiente de esa parte del mundo. Su mentón barbado estaba anclado en el suelo y bajo sus plantas se veían gránulos de arena discontinuamente adheridos a la ruda piel. A consecuencia de los pesados trabajos que realizó, era víctima de un sueño profundo. Respiraba hondo y despacio, parecía que de una aspiración quisiera abarcar el largo del mar. Su pecho se hinchaba lentamente y cuando ya casi iba a estallar, empezaba un parsimonioso silbido de desahogo respiratorio.

Sentía a la vez la caricia de unos delicados dedos y de una hermosa canción. La dama que le acariciaba el cabello movía sus manos con gracia indecible. Sus movimientos al borde de lo imperceptible se fundían con el tacto de su larga y negra cabellera sobre la piel cansada; unos y otros eran del mismo material de la canción, que hechizaba con sus oscilantes notas al marino en retiro. La dama apenas se distinguía entre las hierbas florecidas que la rodeaban. Sus manos delicadas se movían dejando una estela de luces dispersas. Similares destellos producían las gotas del manantial –ese que se presentía tras la imagen de la dama– al romperse contra las piedras redondas del cauce. La canción en voz de la mujer sonaba a solo de clarinete y evocaba los más cálidos sentimientos del amor.

A ella que todo lo sabía, una lágrima le cayó de los ojos verdes. ¡Llanto de los mares, Tristeza de esmeraldas! La perla líquida rodó por esa mejilla tan lozana y tan pura como el anhelo de los náufragos. La lágrima al fin tocó al marino. Él percibió que la tristeza invadía inevitablemente aquella perfecta escena, que su paz se estaba derrumbando y el fin estaba cerca. Quiso sin embargo hallar la razón del llanto, y buscó a la dama con la mirada.

Así rompió el sueño.

Amanecía con una llovizna incómoda en la última playa del mundo. El hombre sin fuerzas que estaba echado sobre el pecho emitió una queja queda. La boca le sabía a sangre, en el estómago le ardía el hambre, algunos huesos rotos le reclamaban quietud y en la mente tenía la certeza de que su vida duraría lo que durara la marea baja. Recordó su niñez y los labios bellos de una mujer adorable. Intentó suspirar. Lo atormentaron visiones de errores pasados, de su ambición y su estupidez. Quiso llorar. Ahora sí era cierto que estaba perdido y supo qué debía hacer.

Volvió a dormir y se esforzó en soñar. En un instante estuvo de nuevo en una tibia tarde. El olor de las cortas hierbas salvajes y la ternura del pasto le hacían cama. Un suave murmullo de agua juguetona le reconfortaba el alma y la música de coloridos trinos lo acompañaba. Participaba pasivo de la armonía florida de la creación. Pero esta vez, ella no estaba allí.

La galleta de fresa

Ha llegado la hora del almuerzo. La tarea de fijar las vigas I de este futuro rascacielos, se convirtió en cosa de locos desde que el gato y el ratón se corretean entre las mezcladoras de concreto, los pernos y nosotros, los trabajadores neoyorquinos de la construcción industrial de los principios del siglo veinte. Me intriga tanto el tono gris de ese gato como el marrón imposible del ratón. No parecen más que dibujos. En fin, yo tengo en la lonchera un almuerzo que espera. Devoro lo sólido y despacho con celeridad esa materia líquida que imita, sin lograrlo, las cualidades del jugo. Un descubrimiento inesperado me alegra: un paquete de deliciosas galletas. Procedo a destaparlo.

Apenas se asoma del paquete, la galleta muestra su rosado rostro de descontento y me dice que “No podía ser peor. En verdad que eres un imbécil de primera”. Lleno de ira (aunque estamos de acuerdo en lo básico del postulado) la muerdo con fingida cara de neutralidad. La maldita decide entonces causar problemas y se aloja en eso que los hombres serios llaman epiglotis, o un poco más arriba.

Con las manos en la garganta (como buscando el cierre de la cremallera) descarto mentalmente mis opciones. Me agradaría gritar por ayuda, pero si pudiera, sé que el mundo hallaría una forma de evadirme. Supongo que estar a decenas de metros sobre el mundo de los corredores de bolsa es una excusa que indudablemente esgrimirían. Claro, nadie hablaría de la molestia de arrugar sus gabardinas ni de exponer sus portafolios al abandono citadino. Descubro, pues, que la asfixia da tristeza cuando no tienes amigos que te aprieten el abdomen y más aún si Tomás, el gato, pasa saltando en un martillo neumático con cara de desesperación.

Caigo de costado, del lado derecho, creo. Lo importante es que caigo sobre una viga en vez de caer al vacío. Por supuesto, no iba a morir por una caída, el mundo no es tan amable con nosotros los simples. Algo eléctrico en mi espina me hace quedar arrodillado y con toda la fuerza de mi vientre empujando la lengua. Al borde de explotar por la presión, cuando ya veo nublado y con manchas negras, distingo con dolorosa certeza otra galleta que se ríe de mí a carcajadas dentro de su plástico paquete.

Ya no siento nada, no siento mis manos, ni la penetrante melancolía que me trajo hasta aquí, ni la indignación de los Rockefeller por la obra de Diego Rivera, ni la futura depresión, ni la presión de la mafia italiana, ni el ansia por un fonógrafo, ni siquiera intriga por el placer del opio. Ahora sólo están en mí el dolor profundo dentro del cuello, el sabor a babaza, el dolor de los pulmones y el cansancio de toda una vida de mil caminantes en mis molidos músculos.

Supongo que moriré y vendrán impagables deudas sobre mis deudos. Aunque de momento no recuerdo ninguno. Creo que así es mejor. Me intriga qué dirá mi casera, Gloria. Nada, creo; ella nunca habla. ¿Y mi capataz? Seguro que el sí distingue mi cara y mis habilidades. Pero ya no importa, así como tampoco importa si esos animales son reales. ¿Cuánto de esto será un sueño de alguien más? Ojalá todo, así no tendré que preocuparme si aquella reía por su estupidez o su crueldad.

2007/08/02

Gentes de la gleba en apoteosis

Luego de tentar a Eva, y cuando el Arcángel empuñaba en otra dirección la llama de la justicia, la serpiente envenenó a una rata que le interrumpía la huída; con el veneno ardiente también murieron las pulgas que otrora fueran el tormento de la rata y con esta muerte, se dio además la tragedia de las garrapatas que vivían de las pulgas y los ácaros que desangraban a éstas.

Es de saberse que a estos seres microscópicos también los acosaban otros parásitos todavía de menor tamaño que resultaron muertos, pero lo que nos interesa es que en el ojo izquierdo del más vil de los ácaros en agonía, una lágrima de ardor desplazó una viruta de polvo infinitesimal en que vivía con su familia y la familia de su esposo una termita de género miserable que vio como la totalidad de su universo era arrojada con ella adentro contra otro universo llamado piedra de obsidiana. Esta casualidad, para ella un catastrofismo de magnitud enciclopédica, ocurrió con tal coordinación que el veneno demoníaco apenas hizo daños leves en la termita (un sarpullido abdominal), a pesar de que éste llegó a devastar del todo al resto de la demografía de la viruta en cuestión, que –créase o no– albergaba en distintas proporciones a ciento setenta y cuatro clases de bichos de distintas pequeñeces.

La termita resistió el choque contra la
rojiza piedra volcánica. El golpe la privó de la habilidad de desplazarse y destrozó sus intestinos. Pero como era saludable y había almorzado bien, logró sobrevivir con plena conciencia ochocientos cuarenta y tres mil quinientos sesenta y ocho años (contados según la tradición de la viruta), y tres meses y medio de un silencioso estado comatoso profundo.

En este trance, en que su lesión mutaba en extinción, invocó al Justo y Bueno por la clara, contundente, honesta y completa razón de su muerte. Éste sabiendo el cuando de su adiós final y sabiendo –por supuesto– todo lo demás, incluyendo las habilidades interpretativas de la termita y las calamidades que debía atender o generar luego de consolarla, le dijo ‘Expulsé un demonio’.

La historia romántica, dispersa y vaquera, de las comas, explicativas, enumerativas, que surgen, a veces, de más, y se quedan, certeramente, allí.


Estas, en serio, son, my son, dijo, queriendo decir hijo mío, al hijo suyo, suyo de él, tentaciones inmensas, e inmenso fue el horizonte que sus ojos, inmersos en él, pintaron, tentaciones inmensas, repitió en su pausado hablar, que se presentan como serpientes, diamantinas, escamadas, y silbantes, tentadoras, escondidas en maleza, maleza ellas a su vez, y debes, dijo al hijo, mientras ellas, la mirada y la voz, surgiendo urgentes, le mostraron toda la turbación al joven, expectante, saber cómo, cómo y cuándo, su veneno, ya probado por el viejo, en aquella incierta, confusa situación de tiempos, bellos y eternos, pero ya lejanos, debes, siempre que puedas, afirmó sin pasión, pues sabía que él mismo no lo había logrado, en el instante, fugaz e imborrable, de batir en duelo a su destino, pero con esperanza, ya que la voluntad del joven, agitada como los mares con el huracán, arremolinada e imparable, podría enfrentar con mejor suerte, esa suerte que le fue adversa, la tarea severa, evitar, evadir con gracia, cual gacela pintada por mano diestra, de genio pintor, de maestro creador, cual gacela rampante, de lejanas tierras ignotas, tierras bellas, al, y aquí hizo una dramática pausa, ocuparte, sentenció con la voz del trueno, herencia incuestionable del linaje, legado de la vida en el continente, de, y exhaló al fin, como quien muere, escribir.

Consideraciones simples

Comida, prédica y una bendición ofrecen los monjes,
Una angustia libertaria se hiela con uno en la banca,
El trasegar del insomne continuo regala dolores,

Los aposentos del monte son adornados por rústicos sonidos,
De hotel la noche no es una experiencia estándar
Y las pesadillas se eluden en un sofá amigo.

Consideraciones simples que no son de viajero.
Los muchos grados del frío en las solitarias noches
Los aprendí por ser entre los míos extranjero.

Amanece cada vez y vuelvo a sentirme extraño;
Me pregunto si de veras soy hijo de los vientos
O si es mío algún lugar que aún ignoro.

Espejo

La niña de los crespos negros
Y los iris azules
De lejos me recuerda
Por detalles confusos
Alguien que todavía no conozco

Cuartetos sonoros para mi velorio

(Un lector por cuarteto)

Llegaron mis días
O ya no llegarán.
No faltó algarabía
Ni motivo para llorar.

*

De mi puerca vida vagabunda,
Yo les puedo dar explicación:
El que andemos certeros a la tumba,
Nunca fue para mí motivación.

*

Si me siento a hacer balance,
El Cielo está a mi alcance:
Yo ya cumplí mi meta
De ser perro alcahueta.

*

Éxito es perseverar por un motivo
Y hasta el tuétano entregarse
O hacer como yo y jactarse
De carecer de todo objetivo.

*

Vano es todo lo escrito,
Palabras que al aire irán,
Por eso yo les repito
Al fin da lo mismo silbar.

*
De mi vida el ajetreo
En detalle cuéntalo
La afinidad con Tántalo,
Sísifo y Prometeo.

*

Los dioses quisieron por destino,
Por castigo, por pena, por congoja
Esto que vino a ser mi estilo:
Que toda rima mía salga coja.

*

Que conste en mi testamento:
De este ilustre simio
Es sólo el aporte tibio
A este trozo de cemento.

*

Cuando zarpe mi barca,
Todo lo mío cedo,
Porque en vida todo se paga
Y a nadie decente debo.

*

Aunque por obras no cumplidas
De antaño tengo comprometidas
Mil plegarias a los santos,
Y tantos millones a dos bancos.

*

Verán en mi nido ciertos bienes,
Propios de la gente de los caminos;
Y aquellos libros en los anaqueles
Que si no leí, pues no fueron míos.

*

Embargar aquello devendrá reto.
Y yo les digo como buen poeta
Que si no pudieron cobrar la letra,
Yo feliz les regalo todo el alfabeto.

*

Mas si quedaran acreedores,
Que lleven cerveza a mi funeral
Y se lucren dichosos estafadores
Tornándolo carnaval.

*

Sea, pues, mi mundana despedida
Tal cual para el pueblo primitivo,
En derroche alegre se dé vida:
Que la muerte para fiesta sea motivo.

*

Donde les plazca, hagan mi funeral
Dado que este rito desdeño
Pero sobre el velorio ordeno
Sea en prostíbulo de arrabal.

*

Vengan zorras y mojigatos
A verme dejar esta tierra,
Dejen en paz a los ingratos
A un lado hablando mierda.

*

También es bienvenido
Aquel inmenso grupo
Que me tiene (no los culpo)
Por cerdo mal parido.

*

Que los mojigatos se agobien
Y que los crueles se alivien.
Ilusos ambos sobre la muerte
Y de cómo cambia la suerte.

*

Al más mentiroso ruego
De mis padres se ocupe
Componiendo un embuste
Que me pinte como bueno.

*

Para vestir al cadáver
Ni ropa nueva ni prestada,
Mejor vestido no puede haber
A mi sucia piel arrugada.

*

Y no se preocupe ningún doliente
Si al tanto parezco dormido,
Pues esta vez, seguramente,
No joderé con el ronquido.

*

Porque me fui que no lloren
Ni por mis pecados oren.
Mi condena ya fue disfrute
Y mi soledad, eterno lastre.

*

No caiga en mi caja el llanto
De ciertos amores callados.
A este punto ya estoy harto
De tanto andarlos buscando.

*

El llorar sólo será aceptado
De a quien en verdad le duela.
Comprendo. También me ha afectado
En vida un dolor de muela.

*

Y no clamen por mi regreso
O bien pronto será su rezo
“Mi Santo Jesús Resurrecto,
Líbranos de este espectro”.

*

Como fantasma puedo ser peor
Repitiendo siempre mi eterno error:
Permanecer sin que importare
Y hablar al que oír no quiere.

Faltas múltiples

Me faltan una linterna de diodos,
Un sleeping bag, dos alas y un diploma.
El coraje nunca lo tendré
pero por no dejar, me asomaré a los campos.

También falta matar a Borges, terminar con Poe
y acompañar a Neruda en los puertos.
No seré Dostoievski ni Rimbaud,
sólo otro escribiente incompleto.

Me falta la carne
y el espíritu lo he perdido.
Me falta la muerte y la vida
porque a ninguna le hallo provecho.

Me falta aprender medio diccionario
y hacer mía la lengua francesa,
cocinar en navidad
y creer que el amor es de verdad.

Me faltan fuerzas que tuve ayer
y que mi corazón ande por sí mismo.
Creo que con el tiempo me he oxidado:
no creo que el fénix vuelva a renacer.

Me falta hambre para comer;
sueños para soñar; sed para beber;
me falta en esta vida seca, amar
y en mi mente hueca fe.

Ingenuo anhelo

Quiero tus ojos,
ojos contentos;

Quiero me vean
tus ojos alegres;

Quiero tus ojos felices,
felices por verme.