2015/01/22

Esbozo de declaración de amor a las viejas locas (2)

Algunos compartirán esta mitología. Como todas trae su propia estructura. La vieja loca es uno de los seres esenciales del universo, fruto de un amor tormentoso entre los dioses del caos y la luz, dada a luz en los bosques y enviada por demonios a crecer en grutas. Bien puede ser la hija de los demiurgos del orden, hija de la prana y el dharma, si se lo quiere. O es la hija predilecta de un linaje de seres humanos dedicados a la bonhombría por los últimos milenios, que  ha nacido como mujer y la vida la ha llevado a encontrar cada uno de los aburrimientos y premios cotidianos; niña, adolescente o mujer adulta que un día plano entre dos felices celebraciones, con el sol de un día claro y olor de flores, en medio de labores que no son más sorprendentes o extraordinarias que las del día anterior, tal vez después de una merienda, vuelve a ser dada a luz por el universo a través de un grito enorme, imparable, de bestial primordial, el grito que el cielo daría si le fuera concedida la voz, un grito que ella está lanzando de repente, de la nada y de la forma más inesperada. Es irrelevante si el grito viene del pedernal que bordea con los mares de magma, de la sala de espera del odontólogo, del baño escolar ( ... tanto qué decir... ), de una multitud bailante en un bar o un concierto, de la habitación materna, de ese tercer tercio de la altura de una antena repetidora en un valle perdido o del jardín selecto de Zeus, este grito marcará la vida de la dichosa vieja loca. Será su hito de nacimiento. Si hubiera de cambiar el nombre, ante los Estados, Gaia, Vishnu o la Pacha Mama, lo cambiará en función de esta declaratoria de diferencia frente al universo.

Quienes comparten el mito, saben que es un camino yerto averiguar que a causado el grito. Algunas lluvias hacen que las crisálidas se abran, otras que los escarabajos salgan de la tierra, un tiempo arbitrario marca algunas migraciones, son los movimientos de objetos celestes los que hacen marejadas, una tensión insoportable trae los terremotos y a veces la brisa trae la sonrisa. El grito llega por caminos curvilíneos y asombrosos, historias en sí mismos, pero atado a una determinación difícil de ubicar.

Luego de este, la mayor parte de los idiotas que la rodean creerán que la metamorfosis ha terminado. Error brutal. Torpe. Si a alguno sirviera de aviso, si estuviera uno cualquiera (u otro cualquiera) cercano al grito de la revelación, debería saber para salvar su vida que no está terminando ningún cambio interno. No. La vida de este ser que ha nacido, insisto e insistiré, de esta nueva persona que se presenta, no va a tener atadura lógica o histórica con la mujer que fue antes, pero (y aún más importante) no ha terminado de presentar un exterior reconocible y con el que se puedan establecer un contacto seguro. Esta es una nueva amiga, enemiga, vecina, hija, ¡lo que sea!, que cruza por una fase inestable, explosiva, mortal. El peligro que implica no depende de lo que fue, sino de lo que está por comenzar. No es la hija loca, estas son otras; no es la vecina loca, estas se las distingue; es una vieja, una vieja loca.

Despojarse de cada una de las capas que engañosamente la unen con ese otro ser que nunca fue o que de modo misterioso tuvo posesión de su cuerpo, tardará algunos breves y fuertes espasmos sociales que retumbarán por toda la ciudad. Se la mencionará en los periódicos o en las reuniones familiares siempre con tono de preocupación parental, con un dejo de cuidado ingenuo.

Con simpleza, podemos buscar un tatuaje (esos fantásticos símbolos del todo y la nada), o un tinte de pelo (al rojo, al verde, al azul, al cian, al blanco, o al negro o el castaño o el rubio si esto fuera contrastante), un libro en particular (ese libro, ese maldito libro, esa puerta al infierno que se condensa en ese maldito libro) (fuere cual fuere el susodicho libro), la fijación por los libros (¡la maldita perdición de los libros!), la huella de la música o sus dimensiones (náyade tentadora, energía que demuele) o la afiliación a una moda notoria y electrizante. Hay algo de esto, pero no tendrá sentido fijar marcadores en la niebla. A la locura no se la define con una malla para ganado. La metamorfosis puede tener todas las caras del cambio. 

Esta parte de la historia se cuenta como la destrucción de los mundos. Habrá quienes sobrevivan para contar una historia incompleta. Dirán que vieron explosiones, que hubo insultos, llantos de estos, de aquellas y de ella, que en el atardecer partió. Que su destino fue proclamado con ensordecedores gritos o con el más cortante silencio. O que solo se sabe que abrió la puerta y la azotó al salir.

Aquellos que se dieron por sus seres queridos, aprenderán a vivir con la idea de que algo les ha sido robado, y que les han entregado esta vieja loca como el gato por la liebre.

Algo han perdido, pero pueden saberse afortunados y ver nuevos días.

Esbozo de declaración de amor a las viejas locas (1)

He sufrido varias veces de misoginia inducida por viejas locas. También he contemplado no consumir ni una gota de alcohol más en la vida, en muy específicas condiciones de un amanecer tortuoso. Una cerveza (fuerte o suave), la luz tentadora de un destornillador, la venenosa dulzura del ron, la distinción whiskey, todas vuelven a aparecer y ¿cómo negarme? He aprendido, eso sí, que no superaré nunca más una frontera específica luego de aprender la diferencia entre cuándo el alcohol es placer y cuándo veneno. Así mismo, podría asegurar que puedo ver la diferencia entre algunas sicopatologías y una específica locura, que me ha llevado a perder por años el feliz toque femenino en mi vida, por lo que creo poder evitar misoginias mal puestas con el solo cuidado de no meterme nunca más con ninguna vieja loca.

Obviamente, o no tan obviamente, las viejas locas no contagian la misoginia, puesto que solo algunas de ellas la portan como una de sus patologías. Lo que ha ocurrido es que luego de la feliz ebriedad de su forma de locura, queda el residuo casi mortal de su recuerdo -cuando no quedan heridas por sanar, procesos judiciales que requieran abogados, el aro de unas esposas que debe romperse en alguna ferretería amiga o el solo temor de su reaparición.

Para sobrevivir, alguna vez he confundido a "las mujeres" (V. infra) con las viejas locas, he ahí el error: la generalización. No todas las "mujeres" son viejas locas (pero algo intuitivo me permite decir que todas las viejas locas son de tal forma que se las puede clasificar como "mujeres"). No me disculpo, solo me explico cuando digo que para escapar del riesgo de más viejas locas, preferí prescindir de toda la 'categoría' que las incluía. ¿Alguien alérgico a los taninos?: tal vez prefiera dejar todos los vinos de lado, así sepa que solamente una porción tiene la perversa vocación de matarlo; ¿un herido de bala?: tal vez prefiera ya no volver a ese bar, ni tomar esa copa, ni mirar esos ojos, puede que ya no quiera volver a ser esposado al marco de su cama, ni oírla cantar llorando (¿llorar cantando?), ni quiera discurrir sobre cómo es que la discusión sobre la percepción y la realidad lleva a esta persona al llanto desconsolado, a tal llanto que ya no se cura con nada más que con secuestrar hombres ridículos que puedan entender la conversación, pero que nunca la entenderán.

Desvarío y me desvío (viejo método heurístico), pero para ilustrar (¿rememorar?) algunos detalles que puedan ilustrar mi ronda de pensamientos. Cada quien y cada cual deben a la humanidad el recuento adecuado de lo que han aprendido para sobrevivir. Mi parte de este proyecto de supervivencia solidaria debe dedicarse a aquellas. No son innombrables, solo temo que las simples repeticiones desencadenen malentendidos. Quiero contar esto que sé y sabiendo que hay mejores modos, legar también aquello que me permitió salir con vida tantas veces ante el encuentro de lo sorprendente.

No me declaro inocente: fui a la selva, fui al desierto, escalé mil montañas para encontrarlas y hasta ver tantas como pude. Esto no significa nada más que en muchas cafeterías, cafés, tiendas, buses (algún avión, cosa que no recomiendo), ascensores, cines y eventos públicos tuve la disposición de ir a su encuentro, buscar su respuesta, propiciar su estadía y luego temer por mi vida. No me llamaría héroe, ni experto, al menos no en el sentido que un filólogo, un estudioso de sistemática o un feliz cosmólogo que cataloga estrellas. Diría que soy uno de esos exploradores del imperio británico que tuvo tiempo, fuerza y suerte para luego sentarse en un escritorio a contar cómo tentó al destino y cuántas imprudencias cometió, qué horribles ideas lo guiaban y qué horroroso legado dejó sembrado aquí y allá.  Mi cuerpo aprendió a sentirlas, a intuirlas, incluso en la forma embrionaria que se esconde detrás de cada pestañeo, y ese aprendizaje las convirtió en un alergeno para mi misoginia. No es hora de recapitulaciones, que vienen amarradas a la sola mención de la reincidencia, lo crítico es lo invariable: la locura que sufren las viejas locas.

No sorprendo a nadie diciendo que las viejas locas son un tipo específico de "mujeres" que se da silvestre en todos los tipos de clasificación que pudiera imponérsele al inútil sustantivo "mujer". Las viejas locas se dan entre las pauperizadas y las opulentas, entre las que van a estudiar medicina y las que quieren redefinir las bellas artes, las hay entre las que acampan con un traje de neopreno en sus morrales, las que acampan con una provisión de alucinógenos para compartir, entre las que no acampan y solo van a resorts y las que no viajan, las hay maquilladas por profesionales y de cara lavada, en una expresión terrible e invasiva, ya que bordeo el deliciosamente peligroso y perverso tema de las "mujeres".

Insisto, mujer, mujeres son sustantivos descargados de cualquier sentido. Porque la realidad es múltiple, fragmentada, cambiante y pululante de variedades, modalidades, gracias y desgracias. Claro, en estricto sentido, el lenguaje en general es un absurdo, pero dentro de ese absurdo que espero se mantenga, de tan eficiente que es para hacer que las mentes funcionen, los ojos vean y las gentes entiendan, hay conceptos que abarcan tal cantidad de elementos que en últimas no sirven para nada. Árbol, se me ocurre un buen ejemplo. No solo el abedul, el ciprés, la acacia y el sietecueros me aportan ejemplos generales de abarcamiento vacuo, que no tengo que mencionar que el árbol que clava sus raíces en mi viejo amigo canino muerto no es el mismo árbol que el jardín botánico clasifica en la misma especie. Así, las mujeres son cada una de ellas, ella; y en su infinita multiplicidad de multiplicidades no cabe nada que pueda predicarse del sustantivo (y trato cortés, por si hubiera dudas) mujer más allá de generalidades como que existe y (en las bellas tautologías que aman la posmodernidad y los posmodernos) es lo que es. En la más estricta ontología posmoderna solo una mujer podría predicarse a sí misma alguna cualidad, o nos encontraríamos ante un ejercicio de violencia metodológica al imponer categorías abstractas a partir de lecturas externas e incomprensiones históricas. De ello solo resultaría una narrativa parcial y ficticia, es decir, que solo existe para quién la enuncia, de lo que se crea. 

Ahora, en esta narración ficticia que es mi vida y mi opinión, existe categoría abstracta que reúne inconciliables diferencias, que llamo 'mujeres', categoría absurda en sí no puede guardar unas similitudes básicas, y para esta categoría existe una taxa, un subconjunto, un segmento, una forma que se repite con coherente confiabilidad: la vieja loca. En independencia total con las mujeres (ya suena chistoso) reales que han pasado por mi vida (tragicómica) real, que están todas en sus cabales y actúan según los máximos estándares que en sus vidas se cruzaran, no solo ante la lógica, sino ante la pragmática y la gramática, las viejas locas han abundado en mi vida narrada. Por eso debe inventarse el apelativo: No es que uno oiga frecuentemente por la calle expresiones que refieran a conjuntos vacíos ('desgentes', 'antilluvia', etc.), y es notable que el lenguaje trae sus pesos, así que cuando se habla de un hombre o los hombres (aquí no hay problema, todos somos uno, yo soy todos, somos legión), se habla de un hombre estúpido o de los estúpidos hombres. Todo esto para enfatizar, que es una ficción la existencia e incidencia de las viejas locas. Es un acto abstracto de clasificación, como dividir los conjuntos en los que tienen elementos que son conjuntos y los que elementos que no lo son. -Intento un comentario gracioso aquí, pero dudo que sea decodificado.

Aclarando este ejercicio, ya no de ficción sino de fantasía, esta loa a los unicornios, las viejas locas inexistentes son terribles. Te pueden enamorar mientras recibes la muerte de sus manos, las oyes describir lujuriosos deseos carnales mientras le sostienen la cartera a la abuela encantadora que busca un dulce para la niña que no entiende qué es eso de regarse en un convento, las encuentras mirándote con odio cuando justo tus ojos pasan por ella que está en proceso de regañarse por creer, por ser tan bruta, por siempre caer en los mismos errores, la vez llorando en tus brazos por ese evento que días después no podrás reconstruir en su futilidad para explicar al juez que no te cree, la madre que se conduele, el amigo que quisiera no reírse de tu historia o ti mismo en la soledad oscura en la que te escondes de aquella cercana y temible vieja loca que te has encontrado.

El color, la forma, la duración son cosas que no me ayudan a explicar la locura de las viejas locas. Los ejemplos solo me duelen por la ausencia, así que no vendrán. La analogía nunca es clara, siempre ambigüa, cambiante, dependiente de sus contextos, imposible de asir si no se la presenta en el modo y la inclinación adecuada; son los malditos símbolos que nunca son lo que son sino son algo más, pero ese algo más está en lo que sí son; son las palabras de lo que entiendes que eres incapaz de entender; son las risas que vienen de lo trágico, las lágrimas escondidas en el patetismo de lo más feliz; nunca las analogías podrían decir nada de estas viejas locas en sus mutantes misterios indescifrables.

Como amante de lo obvio y la repetición, así también de la repetición de lo obvio, para mí las viejas locas son símbolos de sí mismas... o sería mejor decir "para mí son como símbolos de sí mismas", y así agregar los niveles de volatilidad necesarios. Muchas incertidumbres. La incertidumbre del "como" que anula el acto definitorio y lo convierte en la burla del titubeo del habla cotidiana y la del yo que soy yo que enmarca esa pésima definición que no dice nada, como yo mismo nunca lo hago. 

Luego, una cuestión central ¿no es todo el mundo un símbolo de sí mismo? Tal vez seamos (tú que lees y yo que escribo) solo índices de nosotros mismos, o eso espero.

La realidad polvorienta me ha mostrado con violenta objetividad que las gentes no siempre llegan a ser signos de sí mismas, pues solo viven sin ser otra cosa que lo que son. Un drama horrendo, sí, pero de órdenes biológicas y ctónicas: así como la roca roquea, estas gentes gentean y ya. Quienes logran hacerse un signo del cual ser el objeto, en una proporción mundialista, paulista, juniorista, hooliganista, fanatista, culinarista, televidente, bailarina de costumbre no de alma, bebedora de agua sin gracia, generadora de sombras sosas, son todos ellos íconos de una mismo cosa que está en todas partes. Algunos más llegan a dudar de sí y son (somos, espero) los índices de eso otro que somos -de ahí la duda, el frío, la muerte, la caída. Ellas, a quienes les dedico este tributo, hacen parte de la última corteza del mundo de la gente, con otras mentes atormentadas o iluminadas que son símbolos de sí mismas.