2010/01/31

Carta a Diana

Diana:

Qué bueno saber de ti. Me alegra que te acuerdes de este ingrato sin remedio. ¿Qué te puedo contar? Estoy envejeciendo, sacando barriga, me estoy quedando calvo y con cada vez mayor frecuencia pienso que no sé como se atreven estos muchachitos de hoy en día a vestirse de esa forma y salir así, yo recuerdo mi generación era decente y muy formal, a pesar de los greñudos y del rock. (Ja ja ja)

Pues, como puedes suponer, me está entrando una preocupación extraña y nunca sufrida por los 30 agostos que se acercan y que están ya casi apilados frente a mí. Y entonces piensas en aquellos otoños que pasábamos en los campos, recogiendo girasoles silvestres, allá, cerca de la casa de la abuela... ¿ves?: la pendejada aflora a cada rato. Entonces a veces ando taciturno, pensando en lo que al parecer ya no hice, y luego eufórico, haciendo planes para ver si todo lo que falta se puede compactar en un fin de semana desenfrenado... o bueno, al menos agitado... e incluso, ni siquiera eso, porque golpeado por la treintañez (prematura, por cierto) los sueños que aparecen no son los locos y rockanroleros de otros tiempos, sino una pareja estable, una relación tranquila, de crecimiento, una hija, con los hermosos ojos de la mamá a la que le pueda leer en las noches y que ... ¿¡¿¡¿VEZ!?!?!?

La treintañez ñoña y sus nada interesantes crisis. No es la pelea contra el mundo de la adolescencia ni el descubrimiento encantador de la niñez, sino un terrible y afanoso check list de qué es lo que la gente espera de mí y qué espero de mí, y todo son esperanzas, pero realmente no son esperanzas sino angustias porque, por ejemplo, aparece una Fulana que no es Fulana sino Zubiría Urrutia, pero que por destellos extraños parece estar deslumbrada por estos artilugios míos, y me pregunta que si la llevo a la casa porque para ella el carro hace parte del organismo, una que se desarrolla cuando se alcanza la madurez económica (como la barba o los cuernos) y las glándulas comienzan a excretar deudas, fiducias, letras de pago y cosas de esas, y la misma Fulana Urritia Zubiría, u otra porque al fin una Pérez Gómez también quiere que de noche la lleven cómoda a su destino, porque el carro justamente simboliza el destino cómodo (aunque ésta sí entiende que el carro el apartamento y todo es un pacto con los demonios bancarios), se asombra al ver que mis ruedas están ancladas en una bicicleta en la casa de mis papás y se viene un ¡¡pero ¿cómo? ¿todavía vives con tus papás?!! que no es calmado con la real pero poco creíble historia de les estoy ayudando a ellos, no son ellos los que me soportan.

Pero uno ya es gente seria, de esa que se toma un expreso porque requiere esas dosis de empuje a falta del exceso de hormonas. De esa seriedad que lo lleva a uno a tomar RedBull, no para seguir la fiesta, sino para que a las once de la noche y luego a las tres de la madrugada no te traicione el cuerpo y te quedes dormido sobre el proyecto que el cliente quiere ver mañana a las ocho. Gente seria que se pone corbata cada vez más, símbolo también de que el cuello está cada vez más apretado, y no sólo para ocasiones de júbilo protocolario sino para "reuniones, laborales, casi ejecutivas", en las que se ferian las obviedades y se regala la hipocresía. Gente seria que piensa en la carrera, pero ya no como el capricho que decidí llevar a cabo, sino como ese tren en el que me subí y no me di cuenta y que ahora me toca ir alimentando y cuidar que no se descarrile, que la pulida locomotora siga en su frenético chucu,chucu, cuando el corazón extraña las parrandas del otro chucuchucú, pensando en que este informe ya no puede tener lo que tenía el otro, que ese juego de deslumbrar es de no acabar, porque los ejecutivos se aburren rápido de un truco fácil que se repite. Gente de la que se pone la mano en la frente y la desliza preocupada hacia atrás por un nuevo desierto frontal y tarda en encontrar la que antes fuera una salvaje cabellera que amenazaba con devorar la frente. Gente que cuando se lava los dientes (mecánicamente y ya sin hacer muecas), descubre de repente aquel brillo claro, premonitorio, aterrador e innombrable que Gardel cantó como la plata en la sien.

Entonces entre ser una gente seria, de esas muchas, indistintas que llenan los andenes, y ser el tipo incompleto, se viene un mareo que uno exageraría diciendo que es existencial, pero no, no llega hasta allá, es un mareo como de la vida, como lo que decía Lenon, que la vida es lo que pasa mientras haces otras cosas, y entonces vas allá y en babor sonríe la vida (en los verdes ojos de ella), pero luego o en ese mismo instante la popa se descuadra y tienes que enviar mecánicos a arreglar el asunto, vienen piratas por el otro lado y la vida sigue, el capitán se ocupa de los piratas, de el viento de babor, los ojos que viene y van con la marea, le intriga del puerto seguro, las playas lejanas, huracanes de Japón y todo se reduce a llegar a la oficina antes que el jefe, a hablar en la reunión para que se note que uno estuvo, coger el tráfico amable, cumplir los compromisos sociales que se pueda, y la cosa sigue, y vienen oleadas y se van cosas y te sientes viejo, y sigues hablando y hablando como para llenar el tiempo pero porque tampoco sabe ya qué decir...

Bueno, Diana, al menos espero haberte entretenido. No es tan serio como suena... sólo soy dramático.