2007/09/28

Contemplación de juglar

Estaba como contemplando el llanto
sin lograr encontrar las lágrimas.

En su boca se iba acumulando un lamento, inconcluso todavía por las palabras negligentes, y sobre los hombros se le sedimentaba un tedio pardo como el tiempo mismo, ese tiempo que era un hilo de cometa.

Había remotando mil días de pendiente contra nubarrones densos, el peso del menisco, y contra las indomables, imprevisibles corrientes que borraban los logros.

Sus ojos seguían, sin ganas, cómo se iban apilando, sin gana, los kilómetros de este camino repetido que cruza la oscuridad y termina en su hogar.

Esa mirada femenina atendía al mundo sin fijarse en él, era como una princesa anhelante en el balcón en espera de las noticias allende las murallas mientras el atardecer paría de nuevo la noche, la Luna y las estrellas con derroche inmenso de colores en el cielo.

* * * * *

En verdad le hacía falta conocer los actos de los juglares, perderse en el baile de la palabras, embriagarse del abrigo de la amistad peregrina, sacudir sus pesares y, con canciones, moldear una sonrisa para su cuerpo.

Hubiera sido fiesta si nos hubiera dado su música y no aquella mirada.

Habría quemado sus condenas rastreras en la fogata pagana, juntos todos nos habríamos visto con su licor amargo, y al punto terminado, vinos dulces vendrían como regalados por ángeles.

El sueño nos hubiera ofrecido un nuevo comienzo, uno promisorio y luminoso como ella misma, para recuperar desde allí los legados del recuerdo.

Pero ella, aunque no encontraba las lágrimas,
estaba como contemplando el llanto.

Teatro de la muerte Acto Cuarto

A punto de amanecer. La celda.

—Aún tengo la esperanza de que me maten.
¿Esperanza?
—Sí, vana esperanza.

Teatro de la muerte Acto tercero

En la calle en noche de feria, justo frente a un bar. Es luna llena y huele a rosas.

—Tú me gustas. (Ríe)
—Tú no. (Ríe)
—¡Qué bueno que somos sinceros! (Ríen)

Teatro de la muerte Acto primero

En el alba primera de un día cualquiera, en la vera de un camino que lleva muy lejos

—¡Dios los proteja...!
—¿A cuál dios te refieres, vieja?
—Al único.

Cita a la que no puede faltar

Los hombres me han llamado loco; pero todavía no se ha resuelto la cuestión de si la locura es o no la forma más elevada de la inteligencia, si mucho de lo glorioso, si todo lo profundo, no surgen de la enfermedad del pensamiento, de estados de ánimo exaltados a expensas del intelecto general.

Edgar Allan Poe
en Eleonora

2007/09/21

Humo y ceniza

-Es un vicio tonto, el más tonto: al final sólo queda humo y ceniza.
-No hay vicio que no sea tonto y al fin todo es...
-¡Este es el más!
-...humo evanescente y ceniza inerte.
-¿Te quieres morir, entonces?
-Tengo qué.
-¿Con mil dolores?
-Quizá con más...
-Y encima, me quieres matar a mí.
-No, nunca, a ti no, quizá a otros...
-Tu humo venenoso me llega igual.
-Humo es lo que puedo dejarte y veneno es lo que soy.
-Apágalo. Por favor.
-¿Y perder el fuego doméstico, su cruel tibieza y su sabor a fatalidad?
-Apágalo. Apágalo por mí.
-¿Por ti?
-Sí, por mí. Solía ser un buen argumento.
-¡El mejor!
-...aún está encencido...
-Solía ser el mejor argumento para vivir.
-¡Apágalo o lo apago yo!
-¿Cuánto más puede durar?
-Más de lo conveniente.
-¿Conveniencias a mí?
-¿Qué quieres que diga?: Lo detesto.
-Su fin está cerca, ¿por qué apurarlo?
-El tuyo no, ¿por qué apresurarlo?
-¿Por qué no?
-No diré que porque te amo. Ya no.
-Tú ganas: después de eso, nada más.
-¿Era tan difícil? Sólo era un maldito cigarrillo.
-Sí, mi maldito cigarrillo.

2007/09/01

Versículos perdidos

En el reposo Divino, la contemplación Omnisapiente materializó en el Árbol de Lehebel toda su potencia e inmanencia. Aquella Santa Ensoñación informó los seres otros que guardan también el Hálito Divino. Amó Dios a las otras criaturas, figuró su futuro y les dio por lugar el Árbol. Una vez comieron Adán y Eva los frutos de aquél lo mancharon de temor y orgullo. El poder del hombre, imagen y semejanza, cambió así a las criaturas de Lehebel, siendo unas de luz y otras perdidas. El Creador ordenó que un Arcángel diera a los hombres su castigo, el dolor, el andar y la muerte, mientras Él puso a las criaturas manchadas en simas, bosques negros, abismos y mares ocultos, para que rondaran esos parajes según su ser. Una vez vacío, el Árbol se secó y desde entonces el Saber del mundo está disperso.