Estaba como contemplando el llanto
sin lograr encontrar las lágrimas.
En su boca se iba acumulando un lamento, inconcluso todavía por las palabras negligentes, y sobre los hombros se le sedimentaba un tedio pardo como el tiempo mismo, ese tiempo que era un hilo de cometa.
Había remotando mil días de pendiente contra nubarrones densos, el peso del menisco, y contra las indomables, imprevisibles corrientes que borraban los logros.
Sus ojos seguían, sin ganas, cómo se iban apilando, sin gana, los kilómetros de este camino repetido que cruza la oscuridad y termina en su hogar.
Esa mirada femenina atendía al mundo sin fijarse en él, era como una princesa anhelante en el balcón en espera de las noticias allende las murallas mientras el atardecer paría de nuevo la noche, la Luna y las estrellas con derroche inmenso de colores en el cielo.
* * * * *
En verdad le hacía falta conocer los actos de los juglares, perderse en el baile de la palabras, embriagarse del abrigo de la amistad peregrina, sacudir sus pesares y, con canciones, moldear una sonrisa para su cuerpo.
Hubiera sido fiesta si nos hubiera dado su música y no aquella mirada.
Habría quemado sus condenas rastreras en la fogata pagana, juntos todos nos habríamos visto con su licor amargo, y al punto terminado, vinos dulces vendrían como regalados por ángeles.
El sueño nos hubiera ofrecido un nuevo comienzo, uno promisorio y luminoso como ella misma, para recuperar desde allí los legados del recuerdo.
Pero ella, aunque no encontraba las lágrimas,
estaba como contemplando el llanto.
sin lograr encontrar las lágrimas.
En su boca se iba acumulando un lamento, inconcluso todavía por las palabras negligentes, y sobre los hombros se le sedimentaba un tedio pardo como el tiempo mismo, ese tiempo que era un hilo de cometa.
Había remotando mil días de pendiente contra nubarrones densos, el peso del menisco, y contra las indomables, imprevisibles corrientes que borraban los logros.
Sus ojos seguían, sin ganas, cómo se iban apilando, sin gana, los kilómetros de este camino repetido que cruza la oscuridad y termina en su hogar.
Esa mirada femenina atendía al mundo sin fijarse en él, era como una princesa anhelante en el balcón en espera de las noticias allende las murallas mientras el atardecer paría de nuevo la noche, la Luna y las estrellas con derroche inmenso de colores en el cielo.
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En verdad le hacía falta conocer los actos de los juglares, perderse en el baile de la palabras, embriagarse del abrigo de la amistad peregrina, sacudir sus pesares y, con canciones, moldear una sonrisa para su cuerpo.
Hubiera sido fiesta si nos hubiera dado su música y no aquella mirada.
Habría quemado sus condenas rastreras en la fogata pagana, juntos todos nos habríamos visto con su licor amargo, y al punto terminado, vinos dulces vendrían como regalados por ángeles.
El sueño nos hubiera ofrecido un nuevo comienzo, uno promisorio y luminoso como ella misma, para recuperar desde allí los legados del recuerdo.
Pero ella, aunque no encontraba las lágrimas,
estaba como contemplando el llanto.