2010/05/30

Cigarrillo

Yo recomiendo fumar. El cigarrillo es un efectivo medio de placer, una marca de quién eres, una declaración sobre la vida y el medidor de tiempo de la felicidad. Un influjo adolescente e inmaduro centraría la atención en cuan bellos, cuanto más bellos y sensuales, cuan provocativos, firmes y seguros nos vemos al fumar: como un Prometeo que no hubiera sido castigado y antes bien, se le rindiera tributo; como si Eros y Afrodita, por su deseo inflamado exhalaran besos de fuego.

Esta cierta, clara y evidente situación es una mínima parte de lo que implica ser fumador. Es el jardín solariego del palacio del cigarrillo, que se recorre pronto y que está a la vista de todo paseante desprevenido. Los pasillos interiores proporcionan otros complejos placeres. Cada cigarrillo es un placer, es un orgasmo a su modo, es el sentirse a explotar tras un festín, es experimentar la gloria. No en vano fumar tras el sexo consumado, luego de la victoria aplastante y como continuación del banquete de gula, es cosa dada por hecho, es un cigarrillo descontado.

Despertar esos fuegos de gusto y satisfacción es despertar un demonio compañero y cómplice que nos facilita prescindir de la gente, su insulsa, desabrida y parca nimiedad. El suave crepitar del inicio del fuego tiene un canto a desprendimiento, a desgarre, a parto de dragón. Es entonces cuando te alejas de la vida cotidiana y se abre la revelación que te hace más. El veneno en tu sangre te divierte y eso que antes era materia se torna humo evanescente. Vida es muerte, todo es vano, nada se graba en la roca para que permanezca, el legado se hace con señales de humo.

Tal claridad de visión y comprensión hacen que sea obvio el canje de mis segundos de ardiente placer por algunos minutos lejanos de mi ajeno y conocido futuro. Otras gentes, encadenadas a condenas o promesas, ambas igual de lejanas y falsas, mirarán con disgusto nuestras meditadas, degustadas, sensuales y ascendentes nubes. Madres represivas, santurrones recién conversos, cadáveres que mendigan minutos extra a las Parcas, niños llorones confinados a burbujas protectoras y —por supuesto— los infatigables buscadores de las recetas de la eterna juventud se mantendrán, como los insectos hematófagos que son, alejados de nuestro feliz hedor a muerte placentera.