2015/11/14

Perrosy gatos

Un perro es un lobo casero. Un gato es un gato. Ambos solian cazar.

La gente solía ser de la rama de un bípedo feliz que solía cazar, roer, y hacerse a frutas.

Viven ahora juntos, bajo los techos de la industria.

El perro se hace amar con su agotadora lealtad. Correremos juntos. Veremos el pasto, el lodo, el árbol, la lluvia. Y luego otra vez. Te arrastrará al afuera. Ese animal no es del adentro, no le permitas perder su exterior. Deja que te saque. Nunca dejará de intentar hacerte feliz. Babeará, traerá, correrá, meará, saltará y ensuciará sin parar. Todo para hacerte feliz. No sabrá cómo hacerte feliz, pero intentará todo lo que sabe hacer hasta lograr tu plena y simple felicidad. Su constancia duele. Los malditos perros tienen una constancia tan grande que les agota la vida y lleva a que los malditos perros se den el lujo de morirse frente a ti. Posiblemente pensando en que tienes que ser feliz. Malditos.

El gato entiende cosas, es crítico. Será cercano y amoroso pero no serás el centro de su vida. Justamente al revés: él será tu centro. Lo verás en sus artes mágicas de locomoción y lo amarás. Lo adorarás. Es tan sorprendente cada cosa que hace este ser que no creemos que sea el mismo animal que defeca de forma tan prosaica en un cuadrito de arena. Te sanará. Te llamará al orden. Te lastimará si es necesario. Estará cerca, como los amigos de verdad, y te dará y se dará todo el espacio que requieran para sobrellevarse. El gato te permitirá que lo tomes por modelo. No lo dejes caer en la pereza. Pero que sea un ser superior no le quita que conoce el amor. El gato te amará en tu sosa existencia. ¿Cómo no amarlo? Sus incontables asombros agotan también su vida. En un instante dejará de ser un superhéroe de peluche con los ojos más bellos de entre los mamíferos y será mortal.

La gente, creo, está condenada a la soledad y a las preguntas. Tiene el don glorioso y espantoso de recordar. La gente ha aprendido a sobreponerse al dolor. Incluso al dolor que dejan los amigos que se van.

La gente a veces logra tener una nueva amistad no merecida con algún ser maravilloso. Y vivir en la misma casa con sus amigos peludos. Entonces puede saber aprender lo que es la vida.

La traición

Yo recomiendo la traición, ese fantástico mecanismo de transformación, el motor que hace girar el mundo. La recomiendo tanto que la he lanzado contra ti y tus huestes. La recomiendo porque está en el top diez de las cosas asquerosas que harás antes de morir, el top cinco de las cosas más intensas que tu mejor amigo haría por ti y el top tres de las cosas más peligrosas que no sabes que te están pasando en este momento. La traición es el mejor regalo y el premio máximo para reciprocar esta insoportable convivencia con el mar de las gentes. La recomiendo para todos, porque a todos llega (más pronto que la muerte, más pronto que el atardecer), la recomiendo bien sea cercana y breve o dilatada y mortal. Recomiendo que sepas que serás traicionado, que estás inmerso en una hórrida traición que aún no conoces cuánto te va a afectar.

* * *
Los traidores no abundan. Pero no es accidente. Es una simple conclusión, consecuencia simple de humanidad. En la esencia humana está la traición. La dualidad que engendra la historia se basa en dos premisas simples: existo, luego traiciono; y ser es ser traicionado.

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No pierdas el norte, recuerda siempre preguntarte '¿Qué hubiera hecho Jesús?'. Te diré: caer en la trampa. Su historia no tiene sentido sin la puñalada en la espalda (en sentido figurado, porque como la traición se semeja más a una lanza clavada en el pecho). Uno de los suyos lo vende en la más tonta traición sufrida por un ser que todo lo sabe. Después la chusma (la democracia prefigurada) traiciona a su salvador por un ladrón.

Muchos sostienen la herejía de que este dios hizo un Judas Iscariote glorioso, a la medida de la más impía traición de la historia, que en el traidor de los traidores está en semilla y potencia la luz de la esperanza del mundo mortal, diríase que Judas es el dios mostrándose en sus misteriosas formas. Quizá así sea, no traicionaremos aquí a los herejes ni a su causa, a saber, afirmar que este dios es el primer traidor y el máximo. "¡Elí, Elí! ¿lama sabactani?" ("Señor mi dios, dios mío, ¿por qué me has abandonado?"), ¿recuerdas?

En esta historia, el personaje divino traiciona a su vez al traidor: Iscariote por suicida no va a ese cielo que se abrió para todos esos justos que ama el señor; no, esa puerta que se abre para el ladrón de la cruz de al lado, para el soldado que le clavó la lanza, para el paisano que le escupió en la cara mientras arrastraba el madero, al cura pederasta y al dictador asesino, no se abre para un amigo querido del cordero de los dioses, que le cuidó hasta el fin y con su muerte moldeó esta teodicea.

* * *

Traicionar es cambiar al mundo. No te preguntes si queda mejor o peor, esta gradaciones son ridículas: todo siempre está peor. Imaginemos sobre Eva, Caín y todos en esa misma historia. Nada sería historia sin tantas traiciones. El rey David envió a la guerra a un amigo para tener su viuda. Amigo, viuda, gradaciones ridículas. Solo un gran ciclo de traiciones. Pedro traiciona al negar y luego cuando teme ir a Roma.

El traidor es un maestro. Luego de esto, aprendemos sobre la vida. Nos quita el pesado estorbo de la inocencia. Un traidor es como el primer amante, que nos rompe la idiotez para mostrar algo fascinante. El primer traidor de nuestras vidas nos abre el camino al placer de la trampa y la reproducción de la maleficencia.

Traicionan también de forma cotidiana en las telenovelas y de forma graciosa (muertes, desfalcos, despojos), pero tú traicionas con crueldad. Traicionas a tus padres al arrancarles el gusto de ver lo bueno de ellos multiplicado en el mundo; te traicionas a ti, porque al cabo eres esa persona que odias por cada nimiedad y por todas las ruindades que te has permitido; traicionas nuevamente cuando espiras muerte sobre tus hijos, cuando compras basura para fingir tesoros, cuando fijas con odio tu legado tóxico, cuando les mientes sobre la muerte del árbol de la vida y cuando les enseñas que cada presa debe ser tomada. Tú que solo querías lo mejor para ellos, aceptas que tu comodidad bien vale que ellos corrompan su sangre. Siempre y cuando no lo sepan.

Traicionas el amor con esas miradas estúpidas y ese deseo enfermo. Hasta merecen elogio los fluidos que caen y resbalan sobre la piel ajena en cada oportunidad posible de adulterio; la traición es diluir en la persona de carne vibrante que comparte contigo la idea mentida de un ser lejano que quieres poseer cual cerdo cachondo y la sórdida humedad del sexo hermofrodita de los caracoles. No te preocupes, aquella otra persona te traiciona igual: imagina sus viscosos órganos enredados en un acto porno caníbal junto a tu propio y personal Iscariote.

*  *  *

El trabajo es la huerta de la traición. Si tasas tus sueños en oro, te traicionas a ti, a los que te precedieron y a los que seguirán el enlodado camino que dejas. ¿Vacaciones, jubilación? La vida te traiciona: ni trabajar es vida, no como tú lo haces; ni vacacionar es vivir; ni pienses en jubilación, no llegará o no será vida. Pero esto es abstracto, mientras que aquella persona que está hablando al oído de la presidencia (el bono, el gran cliente, tu propia cuenta, lo que sea) es la traición material y concreta, sus ardides y pasos son clavos en tu ataúd. Sus palabras, dejémonos llevar por los clichés, son veneno: palabras neurotóxicas, palabras necrotizantes: matan el cerebro de quienes podrían confiar en ti, pudren tus ya escasos logros.

*  *  *

Espera, todo está listo.

¿Quién si no tú para el papel estelar en esta gran obra? Mira cómo los telones se levantan. Te han dicho qué decir, sin embargo, te alegra que tú has participado en la redacción del libreto, tienes tus motivaciones y tus giros dramáticos. Imaginas que la trama va rondando desde y hacia la comedia. Las luces del escenario te agrandan, ¡cuán grande es tu sombra! ¡Cómo resuena la música, cómo nos eriza la piel el grito de los cobres! Todo palpita y crece.

Al frente, solo se pueden entrever muchas cabezas, ojos, bocas sonrientes. (La oscuridad no permite distinguir los colmillos). La trama le satisface al público. Vivas y aplausos van salpicando este acto.

El intermedio es breve, todos se aprestan a compartir diálogos sonoros. Vas con la frente en alto, no te molestan las pequeñas imperfecciones, los otros actores fallan al describir tramas secundarias, así es la vida, dices, un destello aquí, un desliz allá. Nada fuera de lo fundamental. El nudo de la historia se establece: tu rol es heroico. El nudo se ha formado a tu alrededor.

¡Cuán bien va saliendo todo!

Aquí y allá vemos cómo Zutano y Fulano dejan sentados puntos innecesarios: hablan de peligros que no vienen al caso y cimas por venir. Más aplausos.

Intermedio.

Respiras, la escena empieza sin ti. Te van a allanar el camino. Son los coros que anteceden la gloria. Estás feliz: una pequeña pausa alivia el calor de las luces. Quieres recuperar el aliento para el gran cierre.

Vamos a ver una gran gesta realizarse: Vamos a ver cómo te has vuelto el cordero de este sacrificio. Vuelves al escenario antes de lo previsto, tu pie se adelanta. Nunca entenderás los movimientos siguientes. El nudo te ahorca, la incomprensión te inmoviliza. Vienen los dientes, de las gradas vienen seres unos rapaces y otros carroñeros. Tu sangre es el tributo que hace mover el mundo una vuelta más.

¡La traición nunca termina!

2015/01/22

Esbozo de declaración de amor a las viejas locas (2)

Algunos compartirán esta mitología. Como todas trae su propia estructura. La vieja loca es uno de los seres esenciales del universo, fruto de un amor tormentoso entre los dioses del caos y la luz, dada a luz en los bosques y enviada por demonios a crecer en grutas. Bien puede ser la hija de los demiurgos del orden, hija de la prana y el dharma, si se lo quiere. O es la hija predilecta de un linaje de seres humanos dedicados a la bonhombría por los últimos milenios, que  ha nacido como mujer y la vida la ha llevado a encontrar cada uno de los aburrimientos y premios cotidianos; niña, adolescente o mujer adulta que un día plano entre dos felices celebraciones, con el sol de un día claro y olor de flores, en medio de labores que no son más sorprendentes o extraordinarias que las del día anterior, tal vez después de una merienda, vuelve a ser dada a luz por el universo a través de un grito enorme, imparable, de bestial primordial, el grito que el cielo daría si le fuera concedida la voz, un grito que ella está lanzando de repente, de la nada y de la forma más inesperada. Es irrelevante si el grito viene del pedernal que bordea con los mares de magma, de la sala de espera del odontólogo, del baño escolar ( ... tanto qué decir... ), de una multitud bailante en un bar o un concierto, de la habitación materna, de ese tercer tercio de la altura de una antena repetidora en un valle perdido o del jardín selecto de Zeus, este grito marcará la vida de la dichosa vieja loca. Será su hito de nacimiento. Si hubiera de cambiar el nombre, ante los Estados, Gaia, Vishnu o la Pacha Mama, lo cambiará en función de esta declaratoria de diferencia frente al universo.

Quienes comparten el mito, saben que es un camino yerto averiguar que a causado el grito. Algunas lluvias hacen que las crisálidas se abran, otras que los escarabajos salgan de la tierra, un tiempo arbitrario marca algunas migraciones, son los movimientos de objetos celestes los que hacen marejadas, una tensión insoportable trae los terremotos y a veces la brisa trae la sonrisa. El grito llega por caminos curvilíneos y asombrosos, historias en sí mismos, pero atado a una determinación difícil de ubicar.

Luego de este, la mayor parte de los idiotas que la rodean creerán que la metamorfosis ha terminado. Error brutal. Torpe. Si a alguno sirviera de aviso, si estuviera uno cualquiera (u otro cualquiera) cercano al grito de la revelación, debería saber para salvar su vida que no está terminando ningún cambio interno. No. La vida de este ser que ha nacido, insisto e insistiré, de esta nueva persona que se presenta, no va a tener atadura lógica o histórica con la mujer que fue antes, pero (y aún más importante) no ha terminado de presentar un exterior reconocible y con el que se puedan establecer un contacto seguro. Esta es una nueva amiga, enemiga, vecina, hija, ¡lo que sea!, que cruza por una fase inestable, explosiva, mortal. El peligro que implica no depende de lo que fue, sino de lo que está por comenzar. No es la hija loca, estas son otras; no es la vecina loca, estas se las distingue; es una vieja, una vieja loca.

Despojarse de cada una de las capas que engañosamente la unen con ese otro ser que nunca fue o que de modo misterioso tuvo posesión de su cuerpo, tardará algunos breves y fuertes espasmos sociales que retumbarán por toda la ciudad. Se la mencionará en los periódicos o en las reuniones familiares siempre con tono de preocupación parental, con un dejo de cuidado ingenuo.

Con simpleza, podemos buscar un tatuaje (esos fantásticos símbolos del todo y la nada), o un tinte de pelo (al rojo, al verde, al azul, al cian, al blanco, o al negro o el castaño o el rubio si esto fuera contrastante), un libro en particular (ese libro, ese maldito libro, esa puerta al infierno que se condensa en ese maldito libro) (fuere cual fuere el susodicho libro), la fijación por los libros (¡la maldita perdición de los libros!), la huella de la música o sus dimensiones (náyade tentadora, energía que demuele) o la afiliación a una moda notoria y electrizante. Hay algo de esto, pero no tendrá sentido fijar marcadores en la niebla. A la locura no se la define con una malla para ganado. La metamorfosis puede tener todas las caras del cambio. 

Esta parte de la historia se cuenta como la destrucción de los mundos. Habrá quienes sobrevivan para contar una historia incompleta. Dirán que vieron explosiones, que hubo insultos, llantos de estos, de aquellas y de ella, que en el atardecer partió. Que su destino fue proclamado con ensordecedores gritos o con el más cortante silencio. O que solo se sabe que abrió la puerta y la azotó al salir.

Aquellos que se dieron por sus seres queridos, aprenderán a vivir con la idea de que algo les ha sido robado, y que les han entregado esta vieja loca como el gato por la liebre.

Algo han perdido, pero pueden saberse afortunados y ver nuevos días.

Esbozo de declaración de amor a las viejas locas (1)

He sufrido varias veces de misoginia inducida por viejas locas. También he contemplado no consumir ni una gota de alcohol más en la vida, en muy específicas condiciones de un amanecer tortuoso. Una cerveza (fuerte o suave), la luz tentadora de un destornillador, la venenosa dulzura del ron, la distinción whiskey, todas vuelven a aparecer y ¿cómo negarme? He aprendido, eso sí, que no superaré nunca más una frontera específica luego de aprender la diferencia entre cuándo el alcohol es placer y cuándo veneno. Así mismo, podría asegurar que puedo ver la diferencia entre algunas sicopatologías y una específica locura, que me ha llevado a perder por años el feliz toque femenino en mi vida, por lo que creo poder evitar misoginias mal puestas con el solo cuidado de no meterme nunca más con ninguna vieja loca.

Obviamente, o no tan obviamente, las viejas locas no contagian la misoginia, puesto que solo algunas de ellas la portan como una de sus patologías. Lo que ha ocurrido es que luego de la feliz ebriedad de su forma de locura, queda el residuo casi mortal de su recuerdo -cuando no quedan heridas por sanar, procesos judiciales que requieran abogados, el aro de unas esposas que debe romperse en alguna ferretería amiga o el solo temor de su reaparición.

Para sobrevivir, alguna vez he confundido a "las mujeres" (V. infra) con las viejas locas, he ahí el error: la generalización. No todas las "mujeres" son viejas locas (pero algo intuitivo me permite decir que todas las viejas locas son de tal forma que se las puede clasificar como "mujeres"). No me disculpo, solo me explico cuando digo que para escapar del riesgo de más viejas locas, preferí prescindir de toda la 'categoría' que las incluía. ¿Alguien alérgico a los taninos?: tal vez prefiera dejar todos los vinos de lado, así sepa que solamente una porción tiene la perversa vocación de matarlo; ¿un herido de bala?: tal vez prefiera ya no volver a ese bar, ni tomar esa copa, ni mirar esos ojos, puede que ya no quiera volver a ser esposado al marco de su cama, ni oírla cantar llorando (¿llorar cantando?), ni quiera discurrir sobre cómo es que la discusión sobre la percepción y la realidad lleva a esta persona al llanto desconsolado, a tal llanto que ya no se cura con nada más que con secuestrar hombres ridículos que puedan entender la conversación, pero que nunca la entenderán.

Desvarío y me desvío (viejo método heurístico), pero para ilustrar (¿rememorar?) algunos detalles que puedan ilustrar mi ronda de pensamientos. Cada quien y cada cual deben a la humanidad el recuento adecuado de lo que han aprendido para sobrevivir. Mi parte de este proyecto de supervivencia solidaria debe dedicarse a aquellas. No son innombrables, solo temo que las simples repeticiones desencadenen malentendidos. Quiero contar esto que sé y sabiendo que hay mejores modos, legar también aquello que me permitió salir con vida tantas veces ante el encuentro de lo sorprendente.

No me declaro inocente: fui a la selva, fui al desierto, escalé mil montañas para encontrarlas y hasta ver tantas como pude. Esto no significa nada más que en muchas cafeterías, cafés, tiendas, buses (algún avión, cosa que no recomiendo), ascensores, cines y eventos públicos tuve la disposición de ir a su encuentro, buscar su respuesta, propiciar su estadía y luego temer por mi vida. No me llamaría héroe, ni experto, al menos no en el sentido que un filólogo, un estudioso de sistemática o un feliz cosmólogo que cataloga estrellas. Diría que soy uno de esos exploradores del imperio británico que tuvo tiempo, fuerza y suerte para luego sentarse en un escritorio a contar cómo tentó al destino y cuántas imprudencias cometió, qué horribles ideas lo guiaban y qué horroroso legado dejó sembrado aquí y allá.  Mi cuerpo aprendió a sentirlas, a intuirlas, incluso en la forma embrionaria que se esconde detrás de cada pestañeo, y ese aprendizaje las convirtió en un alergeno para mi misoginia. No es hora de recapitulaciones, que vienen amarradas a la sola mención de la reincidencia, lo crítico es lo invariable: la locura que sufren las viejas locas.

No sorprendo a nadie diciendo que las viejas locas son un tipo específico de "mujeres" que se da silvestre en todos los tipos de clasificación que pudiera imponérsele al inútil sustantivo "mujer". Las viejas locas se dan entre las pauperizadas y las opulentas, entre las que van a estudiar medicina y las que quieren redefinir las bellas artes, las hay entre las que acampan con un traje de neopreno en sus morrales, las que acampan con una provisión de alucinógenos para compartir, entre las que no acampan y solo van a resorts y las que no viajan, las hay maquilladas por profesionales y de cara lavada, en una expresión terrible e invasiva, ya que bordeo el deliciosamente peligroso y perverso tema de las "mujeres".

Insisto, mujer, mujeres son sustantivos descargados de cualquier sentido. Porque la realidad es múltiple, fragmentada, cambiante y pululante de variedades, modalidades, gracias y desgracias. Claro, en estricto sentido, el lenguaje en general es un absurdo, pero dentro de ese absurdo que espero se mantenga, de tan eficiente que es para hacer que las mentes funcionen, los ojos vean y las gentes entiendan, hay conceptos que abarcan tal cantidad de elementos que en últimas no sirven para nada. Árbol, se me ocurre un buen ejemplo. No solo el abedul, el ciprés, la acacia y el sietecueros me aportan ejemplos generales de abarcamiento vacuo, que no tengo que mencionar que el árbol que clava sus raíces en mi viejo amigo canino muerto no es el mismo árbol que el jardín botánico clasifica en la misma especie. Así, las mujeres son cada una de ellas, ella; y en su infinita multiplicidad de multiplicidades no cabe nada que pueda predicarse del sustantivo (y trato cortés, por si hubiera dudas) mujer más allá de generalidades como que existe y (en las bellas tautologías que aman la posmodernidad y los posmodernos) es lo que es. En la más estricta ontología posmoderna solo una mujer podría predicarse a sí misma alguna cualidad, o nos encontraríamos ante un ejercicio de violencia metodológica al imponer categorías abstractas a partir de lecturas externas e incomprensiones históricas. De ello solo resultaría una narrativa parcial y ficticia, es decir, que solo existe para quién la enuncia, de lo que se crea. 

Ahora, en esta narración ficticia que es mi vida y mi opinión, existe categoría abstracta que reúne inconciliables diferencias, que llamo 'mujeres', categoría absurda en sí no puede guardar unas similitudes básicas, y para esta categoría existe una taxa, un subconjunto, un segmento, una forma que se repite con coherente confiabilidad: la vieja loca. En independencia total con las mujeres (ya suena chistoso) reales que han pasado por mi vida (tragicómica) real, que están todas en sus cabales y actúan según los máximos estándares que en sus vidas se cruzaran, no solo ante la lógica, sino ante la pragmática y la gramática, las viejas locas han abundado en mi vida narrada. Por eso debe inventarse el apelativo: No es que uno oiga frecuentemente por la calle expresiones que refieran a conjuntos vacíos ('desgentes', 'antilluvia', etc.), y es notable que el lenguaje trae sus pesos, así que cuando se habla de un hombre o los hombres (aquí no hay problema, todos somos uno, yo soy todos, somos legión), se habla de un hombre estúpido o de los estúpidos hombres. Todo esto para enfatizar, que es una ficción la existencia e incidencia de las viejas locas. Es un acto abstracto de clasificación, como dividir los conjuntos en los que tienen elementos que son conjuntos y los que elementos que no lo son. -Intento un comentario gracioso aquí, pero dudo que sea decodificado.

Aclarando este ejercicio, ya no de ficción sino de fantasía, esta loa a los unicornios, las viejas locas inexistentes son terribles. Te pueden enamorar mientras recibes la muerte de sus manos, las oyes describir lujuriosos deseos carnales mientras le sostienen la cartera a la abuela encantadora que busca un dulce para la niña que no entiende qué es eso de regarse en un convento, las encuentras mirándote con odio cuando justo tus ojos pasan por ella que está en proceso de regañarse por creer, por ser tan bruta, por siempre caer en los mismos errores, la vez llorando en tus brazos por ese evento que días después no podrás reconstruir en su futilidad para explicar al juez que no te cree, la madre que se conduele, el amigo que quisiera no reírse de tu historia o ti mismo en la soledad oscura en la que te escondes de aquella cercana y temible vieja loca que te has encontrado.

El color, la forma, la duración son cosas que no me ayudan a explicar la locura de las viejas locas. Los ejemplos solo me duelen por la ausencia, así que no vendrán. La analogía nunca es clara, siempre ambigüa, cambiante, dependiente de sus contextos, imposible de asir si no se la presenta en el modo y la inclinación adecuada; son los malditos símbolos que nunca son lo que son sino son algo más, pero ese algo más está en lo que sí son; son las palabras de lo que entiendes que eres incapaz de entender; son las risas que vienen de lo trágico, las lágrimas escondidas en el patetismo de lo más feliz; nunca las analogías podrían decir nada de estas viejas locas en sus mutantes misterios indescifrables.

Como amante de lo obvio y la repetición, así también de la repetición de lo obvio, para mí las viejas locas son símbolos de sí mismas... o sería mejor decir "para mí son como símbolos de sí mismas", y así agregar los niveles de volatilidad necesarios. Muchas incertidumbres. La incertidumbre del "como" que anula el acto definitorio y lo convierte en la burla del titubeo del habla cotidiana y la del yo que soy yo que enmarca esa pésima definición que no dice nada, como yo mismo nunca lo hago. 

Luego, una cuestión central ¿no es todo el mundo un símbolo de sí mismo? Tal vez seamos (tú que lees y yo que escribo) solo índices de nosotros mismos, o eso espero.

La realidad polvorienta me ha mostrado con violenta objetividad que las gentes no siempre llegan a ser signos de sí mismas, pues solo viven sin ser otra cosa que lo que son. Un drama horrendo, sí, pero de órdenes biológicas y ctónicas: así como la roca roquea, estas gentes gentean y ya. Quienes logran hacerse un signo del cual ser el objeto, en una proporción mundialista, paulista, juniorista, hooliganista, fanatista, culinarista, televidente, bailarina de costumbre no de alma, bebedora de agua sin gracia, generadora de sombras sosas, son todos ellos íconos de una mismo cosa que está en todas partes. Algunos más llegan a dudar de sí y son (somos, espero) los índices de eso otro que somos -de ahí la duda, el frío, la muerte, la caída. Ellas, a quienes les dedico este tributo, hacen parte de la última corteza del mundo de la gente, con otras mentes atormentadas o iluminadas que son símbolos de sí mismas.