2010/04/02

Días después

Difícil de explicar pues nunca ocurrió –el árbol que cae en el bosque y su sonido mudo–. Creo que he soñado. Desperté, caminé. El sueño invisible –inaudible bosque en el que no estuve– luego floreció. La fruta, más tarde, fue pesadilla.

Delirio de fuego azul –“ese azul que los ingleses llaman gris”– en medio de la falsa noche. Vanas palabras, inconsciencia. Feliz ignorancia del que sueña solo: Aves del paraiso que son casuarios con el alba. ¿Fue un disparo aquel relámpago? Perdido proyectil, ¿cuál fue tu andar? ¿Dónde estuviste tan largo tiempo?

Si he muerto, que sea esta la última vez.
La razón material engaña a cualquiera. Matar o herir sería la disyuntiva de la razón final, ¿y qué con ello? No hay sujeto en la oración, sólo complemento directo. Álgebras de palabras ante la tempestad.
* * *
Ruinas han llegado. Gris polvo. Ceniza eterna.
Mil responsos al aire y tanto dinero a las plañideras.
Ajeno es el que se entrega.
–Sobre devuelto al destinatario.–
El folclor debe tener un demonio hueco que ronde la nada.
Aunque no habría razón para que esta sombra visitara lo humano.

* * *

Y allí, una sonrisa. Una sonrisa que no es, que se miente a sí misma. Se llama sonrisa igual que una daga puede llamarse flor. Reír: ¿qué es tal actividad? En su sabiduría infinita, el demonio ríe; el mono [Pan sp.] ríe con un fin que es otro al nuestro; la Luna cambiante ríe a veces al poniente; monjas muertas ríen ante tristes dolientes; por alguna razón inaccesible ríen los bebés. Los signos de Mohenjo-Daro siguen perdidos en el tiempo, nada fuerza a que un signo actual no desaparezca en la misma forma. Hoy esta inmensa roca es hito, luego lindero o lápida y después seguro vuelve a ser canto.

Y al fin, siempre al fin, polvo.