No siento cuando sube a la cama, es sigilosa. Sí siento cuando salta hasta el televisor y su regordete cuerpo se posa con sutil elegancia sobre la caja tonta. Da algunos de esos mínimos pasos y se posa. Se sienta con pose de reina y mira la cortina.
Yo desde el salto estoy volviendo de mis conferenciados sueños, cosa que no viene al caso. Sé por referencias de terceros, por reportes personales entregados a mí y por la experimentación con sujetos de estudio, que los humanos no son dados a despertar, menos por agentes externos; así que creo que pocos se alegrarían como yo con ella despertándome con ondas de choque en mi colchón. Podría ser un cobro kármico, puesto que yo por diez años torturé sin saberlo a uno de mis hermanos, despertándolo con una sacudida en los pies, cinco días a la semana, diez meses al año; cuando él pudo despertarme, me zarandeó suficiente para despertarme por varios días y con eso aprendí que las ánimas jalando patas desde el más allá son realmente una espantosa amenaza metafísica; inicié esta desafortunada ‘frase’ con podría ser un cobro kármico, hace más o menos mil palabras y cuatro tristes novelas, pero no lo es. De hecho, yo disfruto el salto minino, así me tome mil palabras volver del mundo de los sueños. La razón es simple, mi aparatoso despertar ensambla con su elegante ritual.
Si no es obvio, no solo me despierto, me levanto de la cama y camino. Lola me ha entrenado para cumplir una simple tarea que es a diario mi primer acto de servicio al mundo. A tientas, titubeante y sonso (esto no a causa del sueño sino de mi continuada existencia), y abro la cortina, la cual ha sido el objetivo de la mirada fija de emperatriz, de esta inmutable emperatriz. Ella cambia el enfoque de sus ojos hermosos y si algo atrapa su atención, mueve la cabeza. A menos que sea un día muy frío de esta ciudad sub-glacial, entonces mantiene el enfoque hasta que yo quito la condensación del vidrio; entonces cambia el enfoque y tal vez se mueva.
Yo la miro y ya, me gusta que esté allí. (Viene siempre, se queda pocos días.)
La miro y no más, porque ella no me deja tocarla. Está bien, es independiente y fascinante. Es suficiente para mí que exista y yo tenga noticias de eso, ¿para qué voy a querer contagiarla de mi patetismo?
A veces a hurtadillas, casi a escondidas, se sienta cerca cuando yo me siento a trabajar en el computador. El perro delata su ubicación, los perros son otra historia. Le beso la cabeza, la frente para ser exactos, cuando ella lo permite. Supongo que igual que el perro, un día andaré con un rasguño en la nariz por esa costumbre. Vuelvo a trabajar, como ignorándola, ella vuelve a cerrar los ojos ignorándome sin ignorarme. La veo mover su oreja vigilante, casi mirándome, llamándome al orden para volver a trabajar e ignorarla realmente.
Cuando como arequipe, siempre aparece y aunque los libros dicen que los gatos no perciben los sabores dulces, yo la veo una dulcera delirante.
En las tardes cuando vuelvo de la ronda por el mundo, ha vuelto al televisor a ver por la ventana. Por algún tiempo se queda en el mismo espacio conmigo. Luego se aburre y busca algo que la entretenga. Se va con su paso real y el aura de solemnidad de la habitación se disuelve. Ya ha anochecido y yo no tengo fuerzas para seguirla. Tampoco nada que ofrecerle.
Vuelvo a dormir. Mañana tal vez me despierte.