2011/12/18

Nota última

Mis estimados entes del pantano, no quiero preocuparlos, pero una terrible amenaza se acerca. No la conozco y no sé qué podría pasar en el futuro. Es solo la vibración nefasta en los bigotes, el tacto raro bajo las patas, el sol con su luz raída. En el trote intenso veo certeramente que el cielo se muestra inconsistente; la tierra hiede y el lodo hiere. El sonido carga llantos y sollozos más que nada. La madriguera siempre nos mentirá su calor, tan lejano a la noche espantosa de las eras.

Los ancianos lo dijeron y lo olvidamos. Hoy vienen los recuerdos. Mañana tal vez seremos recuerdos. No digo que huyan, pues no veo razón en ese método. Nada nos queda en el mundo que no esté sumiéndose en la catástrofe. Los colmillos que traen la muerte están aquí.

La voz de la gran madre dice entre mis orejas que cuando venga la oscuridad, cierre los ojos. Hoy los cierro por lágrimas y no creo que vuelva abrirlos, el destino todo ha llegado hasta aquí.

2011/11/29

Imprenta

En el fondo neutro me has visto. Estándar, conforme, consistente he estado frente a ti. Esa voz que me has dado -más tuya que mía- ignora la a que no se cierra bien, la ce mentida, la ge grosera, grotesca que el calígrafo abandona pronto.

La entonación la he insinuado y el contenido tal vez lo forcé. Estoy allí como fantasma, como silente rector; menos que esfuerzo de poeta, menos que voz de trovador, un ser intuido a medias, un lerdo Cyrano lejos de Bergerac.

Siempre es un grito acallado mi cuerpo, en busca de un cómplice que se declare lector. No me piensas, soy un flujo, una lluvia, un río. Un exceso, un desborde, una continua sucesión. Una sarta de alfabetos en desorden.


El río mío de letras se ahoga en sus rayas perdidas, deformes, obscuras; ahoga también la palabra toda, el uso de la palabra, el discurso y la lectura. Tipo mejor que el gafo grafo, cojo y maldicente, aunque ambos tambaleen la triste vera de esta mente...

Deseos de enlistarse al batallón

Me gustaría, a la larga, terminar de enloquecer. Este punto intermedio con titubeante gramática y restos de decencia, no es tan útil a la paz del alma. Cuando el fonambulista da el primer paso, sabe que no hay vuelta, solo adelante. Este camino, en cambio presenta unos retrocesos dolorosos, en los cuales se descubre que miércoles no es el tipo de sustantivo que uno agrega a una ensalada, aunque haya dicho días atrás, el martes, no el miércoles, haberse comido una ensalada con eso aderezado; o descubrir que esta rígida forma es una mancha en la sombra cósmica de un jaguar perdido, no la constitución de un país o la ley gravitatoria.

Debe ser maravilla volver al pañal y la neonata inocencia de la ausencia de palabras, no tanto por abandonar el intercambio monetario o el trabajo esforzado, sino por la dilución de los conceptos.

La felicidad de la locura viene tras muchas fronteras rotas, estando en solo algunas es mucho el cascajo de vidrio roto lacerando los signos. Dan fiebres y bajadas que intentan recuperar la oveja perdida, mundo de pastores, mundo de ovejas pastoras, hacia el fuego del hogar. La oveja renegrida no se ha perdido, está fuera de sí, no está en sí, pero no hace espuma.

Largo trecho para dejar, para cortar el hilo de Ariadna ovejuna en el laberinto de otro que no es el minotauro, uno que es el niño esencial de Nietzsche o de las fantásticas historias.
Mientras, seguirá el ejercicio de la discreción y la contención, cobardes apariencias sin gracia del tipo sin carácter, el prudente cuidado de la norma ajena y el culto por la claridad y la rectitud del pensar. Sí, antes de que se pueda perder, la claridad del pensamiento es agobiante y nada más triste que un cuerdo a medias. El demente a medias ya ha logrado algo porque va en el camino de su perdición; el cuerdo a medias está perdiendo lo que creía tener.

La verdad no hay cuerdos, solo crédulos. Los incrédulos buscan y tienden a perderse. Los incrédulos perdidos: el batallón heroico de las almas camino a la locura.

2011/11/27

Contribución a la etología felina

No siento cuando sube a la cama, es sigilosa. Sí siento cuando salta hasta el televisor y su regordete cuerpo se posa con sutil elegancia sobre la caja tonta. Da algunos de esos mínimos pasos y se posa. Se sienta con pose de reina y mira la cortina.

Yo desde el salto estoy volviendo de mis conferenciados sueños, cosa que no viene al caso. Sé por referencias de terceros, por reportes personales entregados a mí y por la experimentación con sujetos de estudio, que los humanos no son dados a despertar, menos por agentes externos; así que creo que pocos se alegrarían como yo con ella despertándome con ondas de choque en mi colchón. Podría ser un cobro kármico, puesto que yo por diez años torturé sin saberlo a uno de mis hermanos, despertándolo con una sacudida en los pies, cinco días a la semana, diez meses al año; cuando él pudo despertarme, me zarandeó suficiente para despertarme por varios días y con eso aprendí que las ánimas jalando patas desde el más allá son realmente una espantosa amenaza metafísica; inicié esta desafortunada ‘frase’ con podría ser un cobro kármico, hace más o menos mil palabras y cuatro tristes novelas, pero no lo es. De hecho, yo disfruto el salto minino, así me tome mil palabras volver del mundo de los sueños. La razón es simple, mi aparatoso despertar ensambla con su elegante ritual.

Si no es obvio, no solo me despierto, me levanto de la cama y camino. Lola me ha entrenado para cumplir una simple tarea que es a diario mi primer acto de servicio al mundo. A tientas, titubeante y sonso (esto no a causa del sueño sino de mi continuada existencia), y abro la cortina, la cual ha sido el objetivo de la mirada fija de emperatriz, de esta inmutable emperatriz. Ella cambia el enfoque de sus ojos hermosos y si algo atrapa su atención, mueve la cabeza. A menos que sea un día muy frío de esta ciudad sub-glacial, entonces mantiene el enfoque hasta que yo quito la condensación del vidrio; entonces cambia el enfoque y tal vez se mueva.

Yo la miro y ya, me gusta que esté allí. (Viene siempre, se queda pocos días.)

La miro y no más, porque ella no me deja tocarla. Está bien, es independiente y fascinante. Es suficiente para mí que exista y yo tenga noticias de eso, ¿para qué voy a querer contagiarla de mi patetismo?

A veces a hurtadillas, casi a escondidas, se sienta cerca cuando yo me siento a trabajar en el computador. El perro delata su ubicación, los perros son otra historia. Le beso la cabeza, la frente para ser exactos, cuando ella lo permite. Supongo que igual que el perro, un día andaré con un rasguño en la nariz por esa costumbre. Vuelvo a trabajar, como ignorándola, ella vuelve a cerrar los ojos ignorándome sin ignorarme. La veo mover su oreja vigilante, casi mirándome, llamándome al orden para volver a trabajar e ignorarla realmente.

Cuando como arequipe, siempre aparece y aunque los libros dicen que los gatos no perciben los sabores dulces, yo la veo una dulcera delirante.

En las tardes cuando vuelvo de la ronda por el mundo, ha vuelto al televisor a ver por la ventana. Por algún tiempo se queda en el mismo espacio conmigo. Luego se aburre y busca algo que la entretenga. Se va con su paso real y el aura de solemnidad de la habitación se disuelve. Ya ha anochecido y yo no tengo fuerzas para seguirla. Tampoco nada que ofrecerle.

Vuelvo a dormir. Mañana tal vez me despierte.

2011/09/23

Yo recomiendo el odio

Yo recomiendo el odio, la fuerza natural e inextinguible del centro del ser. Nada es mejor combustible, nada es más sólido y nada es más duradero. Que arda por siempre el odio inmenso, se derrame por sobre las gentes, que lave la tierra y evapore los mares. Recomiendo el odio como motivo, como motivador, como razón para existir, como forma cotidiana de interacción y como guía metafísica de la conducta. La entidad central, la verdadera savia del universo.


Ansío el día que al fin la ciencia descubra que el bosón de Higgs es odio puro, o que la gravedad es la fuerza del odio que lleva a todos los objetos a lanzarse unos contra otros. No hacen falta loas al odio siendo lo único que escapa a la termodinámica y se expande infinitamente sin requerir energía adicional. El odio, lo intuyo, es lo que incrementa la entropía: La flecha del tiempo señala al momento en que el odio primará, el gran final para este universo de mierda, retornando todo al punto en que las mentiras se desgarran.


La naturalidad del odio es simple y evidente. Crece con nosotros y es mermada, nuestra domesticación consiste en ponerle camisas y restricciones a nuestro odio, a encubrirlo con modales y a retenerlo hasta que se libera en un rapto de genialidad. El niño odia a la madre que se aleja, odia al padre que estorba, odia su hambre mínima, el frío circundante y la mierda en la entrepierna, odia el sol que le quema y la lluvia que le enferma. Odia no poder decir qué odia y odia todo lo que no puede hacer aún. Crecerá para seguir odiando todo eso en formas corruptas y veladas, aprenderá a no desencadenar el odio ajeno para sobrevivir, odiando esa hipócrita forma de enmascarar el odio mutuo, y aprenderá a dosificar el odio propio sobre los similares; luego verá crecer su odio hacia quienes le quitan el dinero y quienes le torpedean la vida, aprenderá a odiar a los que tras despreciables trucos de engaño, clavan sus cuchillos en las espaldas desnudas. El odio llegará a su pubertad ante la imposibilidad de la vida, al reconocer la fuerza perdida, la farsa del mundo, la tristeza vestida de premio y al enfrentar ese premio de estafa que llaman amor.


Urge decirlo: el amor es mentira. El amor es una patraña vil que nos lastima. Codiciosa forma de disminuir el potencial de los seres, de las personas, encapsularlas en burbujas de estupidez y comodidad. El cariño es costumbre, una mentira como lo sabía Goebbels, repetida mil veces y mentida verdad. Todo eso es un apego consuetudinario tramposo, engañoso y letal. Y aun así sirve a mayores propósitos: el quiebre del amor muestra la verdad: muestra el odio puro detrás de las mentiras.


El odio, es honesto y puro. El odio surge allí, justo en la herida, como fuerza inmanente, delatado material del núcleo de todas las cosas. El odio viene de la traición, haciéndolo el don más tranzado. El odio emana de la experiencia, es la sabiduría hecha impulso. El odio no se miente nunca, el odio es puro. Se puede confiar en el odio ajeno, no como con sus esperanzas y deseos. El odio donde aparece es generoso y se multiplica.


Siempre se puede confiar en el odio. Es fácil de hallarlo y se conserva sin esfuerzos.

Motivo

¿Y ya para qué la música si el fin está tan cerca; a qué vienen las palabras si nadie oye? 

2011/07/24

Propuesta decente

Te propongo que no mates mi recuerdo
porque no acabaré el tuyo,
que sigamos a distancia prudente
(que para el corazón no importa,
él cuida igual a la vuelta de la esquina
o al cosmonauta que explora),
informados del cambio de las horas
aunque ya no anhelando aquella solo nuestra.

Andemos cerca, ya que no juntos,
para darle gracia a este mundo de mierda
y no aderezarle más despecho,
dolor,
angustia,
sombra,
rencor,
aprovechar, en lo que cabe,
los ajustes logrados hasta aquí
como tributo a la civilización
que te ha parido.

Lejos cuando venga el nuevo
y las silenciosas noches ajenas,
e inmediatos para el regocijo o el apoyo,
para la palabra y el consejo.

Una mano y una mirada
amigos
en el universo nuestro,
rescatando, sosteniendo
la magia nuestra.

2011/06/25

La melancolía y el camino de la resequedad

Tengo un pez espada atravesado en la garganta, y resulta muy incómodo cuando entro a un ascensor, entonces, mejor la escalera, y también cuando hace mucho calor, y no solo por el olor fosfórico. También es algo doloroso, pero no importa, la gente no se ocupa de eso cuando está muerta. No en el sentido de carecer de pulso o haberse detenido para siempre mi respiración, pues este discurso me resultaría muy difícil de sostener; muerto en ese sentido tonto que se usa cuando viene el despecho o el fracaso, que es cuando puede uno seguir andando con un animal marino cortándole la tranquilidad y dificultándole la articulación de las palabras.

Mientras permanezco en el techo de la casa, esperando el monzón, el movimiento de las nubes y el tacto casi maternal de la incesante llovizna logran darme el punto de equilibrio requerido para olvidar el peso que me fuerza a tener la cabeza inclinada hacia la derecha. Las revistas que despacho, siempre de farándula pues son las únicas que resisten el azote de la humedad relativa de mi paramuna y natal ciudad, me hacen sentir en una peluquería. Una desolada, aclaro, y sin ese olor a quemado y a químico estético. Hay paz en ese lugar, techado con tejas de fibra de cemento, Eternit para abreviar, aún por sobre los ladrillos rojizos y sus uniones grises de edificación pobre.

Otra cosa es entrar a los buses (siempre poco después del amanecer) y correr al otro extremo de este pueblo, donde voy a empacar compras de ricachos en lindas bolsitas de papel kraft. Mi sueño ya anticipadamente roto es estar tras la registradora y preguntar a cuántas cuotas. Incluso si el pez espada se cayera, me lo desincrustaran o si un hada o cirujano lo retirara con sus artes, yo ya no podría enderezar mi mirada, un tanto maleva de tanto andar así. Y por ahora prefiero el puesto simple que me deja ir muchas veces al baño, a los baños. Recorrer esos pasillos ocultos tiene su tinte de exploración decimonónica o ciberpunk. Las puertas traseras de los centros comerciales son suficientemente estándar como para que quepa mi pez, y ahora entiendo mi repentina tristeza en esos días previos al pez espada al cruzar la puerta y verla tan ancha para un tipo solo.

Sí, el pez me trae un doble para los soliloquios y tal vez el tono taciturno se deba a hablar tanto conmigo usando el leitmotiv de dos metros de escamas azuladas. No me creo capaz de dejarlo ir ahora. Cuando recién era una cosita de cuarenta centímetros, eso era otra cosa, no le había visto yo en sus días felices ni él me había acompañado en los míos. Amanecí un día con él y un guayabo enorme, sin memoria de ninguna de las noches anteriores. Los amigos de los tiempos felices se habían acabado en la primera noche, así que el despertar callejero y solitario me priva del medio y el motivo de la inserción.

La gente no me falta, o me falta en otro modo, o no lo sé o no me importa. El colegio fue feliz y esa gente fue buena, supongo. Tengo recuerdos de antes del pez, que por alguna extraña razón están llenos de Jacques Cousteau y Gloria Valencia de Castaño. Tal vez extraño Naturalia, El Calipso, a Cousteau y a doña Gloria. A veces recuerdo los besos sorpresa de la niña del local de electrónicos y recuerdo que llegó a casarse, no con el tipo que vino después de mí, justo después de mí, sino con otro. Vi fotos de ellos, la paisa una vez me las mostró, como por maldad indefinida. Parecían esa gente que sale en las revistas, en las últimas páginas, ella con las pestañas largas como puentes y él cuadrado como caricatura, muchas flores todas blancas inmaculadas, gente sonriente, faldas cortas.

Yo vuelvo a mi buseta, siempre tarde, no porque me guste terminar de cuadrar el local sino porque el local vacío es casi el mejor sitio para estar y para coger la buseta vacía (¿ven?: vacío es bueno para el tipo del pescado en la garganta), hacerme en un puesto con ventana, abrirla y sacar la cola, sentir el viento húmedo y ver a la gente esconderse de la lluvia que vuelve a empezar.

2011/04/26

Beber solo

Yo recomiendo beber solo. No me refiero a una copa de vino después de unos fetuchinis a la Alfredo. ¡No! Ni a una cerveza un soleado domingo: Me refiero a embriagarse sin motivo estando solo en las cuatro paredes que encierran la vida, o bien en la soledad cómplice de un populoso antro cualquiera, en un día entre semana sin festejo ni compromiso, a verter del gaznate al esófago un vino barato, un licor regional con sabor a residuo industrial o cantidades ingentes de alcohol sin denominación de origen pero con clara nominación de final fatal.

Beber solo: Embriagarse sin el parloteo ajeno, ojalá sin el propio; que el ruido sea de mujeres baratas o ajenas, músicas pobres en disonantes aparatos o las angélicas músicas de la lucha de los vehículos por llegar a ningún lugar; cuánto mejor si hay disparos, disparates de un bobo de pueblo cualquiera, agonizante si se puede, o simplemente el ruido del silencio de un farsante fracasado. Sí: esa respiración cansada que tantas veces se ha oído en tus cercanías.

Los logros y las ventajas son evidentes, como las verdades que ya no se guardan y los fulanos de la calle quisieran no oír. La consciencia, esa carga inútil que sólo aparece después de la derrota, ese obstáculo absurdo que priva el placer, se diluye en el alcohol sanguíneo como la carne en el ácido, dejando ese olor mortecino que hace tan agradables las carnes embutidas. A muchos nos basta este retorno a lo esencial, a la insensata y ciega madre, esta vuelta a la semilla pre- homínida, a la semilla reptil o (si se bebe para que sea la última y definitiva tomata) a la semilla bacteriana de la que vienen todas las cosas buenas de la vida: comer, defecar e intentar multiplicarse. Ebrio y solo he comido, cagado y tirado, siendo esto tan satisfactorio como puede ser para un individuo el comer, el cagar y el tirar. Mojigatos, como siempre aparecen, dirán que el placer culinario es cual el de los italianos con buena charla, buen libro o buen licor. Digo que venga Pompeya otra vez sobre los sobrios mojigatos, que la charla siempre ha sido un triste invento para llenar el hermoso silencio con anuncios de estupidez; y los libros, son mejores en la ebriedad en que se compusieron o son tan malos como la lóbrega claridad que los impulsó.

Complicaciones innecesarias, en todo caso.

Lo básico es la tibieza animal y la dificultad de articular el yo. El reconocimiento de la mentira del yo. La tranquilidad de no ocuparse de otros malestares y condescendencias. La potencia de encontrarse ante la noche mortal que se cierne sobre todo y ahora está un paso más cerca. Para qué el baile y la sensualidad ante el mal infinito y el inmejorable (porque en él ya no hay nada) destino último. Lo básico es que no hay yo ni hay explicaciones. Me he entregado al tiempo al beber esta botella y he entregado mi tiempo a desocuparla; la vela de mi vida sigue quemándose y yo al fin siento su calor. Ya no corro, ya no huyo, ya no soy esta sombra de mis deseos incompletos.

La porquería que es el mundo se mastica copa tras copa, haciéndose una plasta indigerible que pronto deja de preocuparme porque es expulsada. Vomito el mundo, el mundo me vomita, esa porquería ya no está en mí ni yo en ella. Mi alma se limpia. Mi cuerpo se limpia. El mundo se limpia, temporalmente. He ahí el problema.

Mas beber solos nos acerca cientos de pasos a nuestro destino mortal. Otra ventaja más: ebrio y solo, los tontos avisos de peligro se ven como deberían ser: publicidad mala y engañosa al mundo de los muertos. ‘No vengas, quédate aquí sufriendo’, dice el cartel en la baranda del puente colgante, ‘El mundo es más dulce contigo’ dice el raticida sarcástico. Y ya uno no se deja engañar: salta y bebe. O cual el ruso feliz que siempre envidiaré: turbio en vodka se va a dormir en la nieve y ya no despierta. La buena muerte que rezan las ancianas arrugadas en la cabecera de los que han sido arrancados de la vida llega a los que abrazan el veneno en tranquila unicidad. Tanto mejor si cantaran una letanía simple, confirmada en el rito de levantar siempre una vez más la copa llena y deglutir su amargo trago:

¡Salvífico licor que todo lo limpia!
En silencio y soledad.
¡Borra las mentiras y las verdades!
En silencio y soledad.
¡Néctar de la purificación, arde en mí!
En silencio y soledad.
¡Incendia mi mente y disuelve mis carnes pútridas!
En silencio y soledad.
¡Obedezco, callo y bebo!
En silencio y soledad.

2011/04/24

En el entresueño amándote

Por ahora me dejo flotar en tu recuerdo
con el mundo borroso
y tú delineada por mis manos,
como si estuvieras a medio camino
entre la idea de fuego y el deseo fragante.

Sentirte como recuerdo,
como presencia evanescente entre mis dedos,
–entre mis brazos, junto a mí–.

Prolongar este universo de sentidos
dulce y tenso –nota de arpa–,
tibio y sólido –amor animal–,
luminoso y futuro –como tú–.

Resguardando la felicidad
de ser contigo cómplices
del secreto de la vida.

Entrecierro los ojos otra vez
lejos del mundo, en ti.

2011/04/05

Mi balada (ahora más agridulce)

Talante y, en menor proporción, talento me faltan para dar forma, brillo y color a las baladas agridulces que tus ojos han regalado a mi vida. Tú ya sabes que le agrego mieles y hieles a mis días, por si no hubiera suficiente contraste en el universo, así que no niego nuestros desencuentros, que amo también, y por tanto digo agridulce; mas lo que antes fluía como torrente de montaña virgen, ese parloteo altisonante, curioso y azaroso, ya se va quedando mucho más en el interior oscuro de mi cráneo, escapando en mínimas gotas que ya no altisuenan ni sacuden, cuando eso es lo que deberían hacer para esta tarea, misión, propósito que habría de ser una balada y nada más. 


Si no fuese ya bastante con eso, ando con un corazón tartamudo hace mucho rato, de esos impulsados a manivela, que no solo se enreda en decir mil cosas antes de decir lo que tendría, hace ruido escandaloso por sus oxidados mecanismos y se nota cuando anda, porque se le escapan manos y besos. De esos corazones de modelos viejos, difíciles de manejar: Nada de frenos ABS, inyecciones computarizadas ni de direcciones asistidas en este escaso y aún fornido bombero de sangre. Claro que sí tiene unos cómodos e incluso lujosos espacios interiores, finamente manufacturados, que ahora me gusta tener dispuestos para ti y descaradamente confieso fueron dispuestos para otros residentes ocasionales que no los supieron disfrutar. 

Él y yo nos jalamos mutuamente por las calles rotas, el asfalto gris y (ahora) los arcoíris que tú nos dejas ver cuando las frecuencias de tu luz se separan en colores hermosamente diferentes; cuando nos logramos entender hacemos charla agradable y antes deshacíamos los caminos de la razón. Como si hubiéramos envejecido juntos, nos entendemos ya bien, por lo que no nos perdemos en esas infinitas deconstrucciones de la vida cotidiana, cosa agradable para el fluir maquinal de los días de laburo y triste para el arte de sacudir tus oídos con locuras que encuentres bellas o, si no, cautivantes. 

Trabajadores e industriosos, burdos toneles de te-amos apilamos para ti, en las puertas y los umbrales que nos unen y separan; bidones que apestan, hieden, a millas se los percibe, infiltrándose en las moléculas de seda de tu pelo, en tu casi frutal piel, en los hitos del día –chocolates, llamadas, letras que vuelan por fibras de cobre y ondas de encanto, besos que caóticamente derramo en tu cuello– sin que la gracia nos apoye, al menos no otra que la gracia tuya. Un observador atento, de esos en vías de extinción, podría notar algunas trazas de grandes te-amos que han quedado regados por ahí y rastrearlos hasta nuestra honesta y desvencijada fábrica. ¡Bienaventurada la humanidad, tan ciega a lo que no le es mostrado con una flecha colorida! Mientras se niegue a ver, podré ocultar piedritas que guíen el camino a la balada perdida del que perdidamente ama. 

Cuanto más tentador, así, plantar pequeñas flores en el camino de tu hogar, donde puedas verlas y recordarme. O de pequeños retratos de las sonrisas tuyas, que también son mías. 

Recurriendo a una fórmula, requeriríamos de un joyero para hablar de tu sonrisa, no de este herrero arrugado: hace falta alguien que nos pudiera transferir o que emulara con calidez las palabras que brotan de tus labios. En su ausencia y con nuestros limitados recursos usaremos un cartógrafo para mantener el inventario de tus maravillas. 

Uno que equipare con una gesta descubridora los días consumidos tratando de llegar a la estrella magna de tus ojos, que en las noches y los días brilla invariablemente bella; que cuente las jornadas de asedio tras las barreras de tu fortificado misterio durante las cuales ejércitos de juglares se turnaban para cantarte zalameras danzas y almibaradas parlas, y varios comandos camuflados lanzaban besos incendiarios en misiones encubiertas tras las líneas de resistencia; que relate los viajes y caminos de exploración por ardientes trópicos, sus flores y glorias, sus jornadas y requiebros, pues toda exploración carece de mapas con equis y abunda en pasos dubitativos; en su misión corográfica necesariamente tendría que deleitarnos con nuestra gastronomía lingüística, ese fluir dulce, crocante, cautivante y nutricio del discursar, del parlar; una película en blanco y negro con gabardinas, cafés oscuros y notas secretas en hoteles olvidados recopilaría dentro de su viaje relatado nuestro cartógrafo bohemio, como prueba silenciosa de esa humana geografía con tintes de misterio que menciona sólo en la forma pintada por sus bordes curvilíneos. 

Y así se multiplican al infinito las tareas del cartógrafo sin que haga mucha mella a su propósito original de cantarte. Si fuera yo, fracasaría la misión por ocuparme en la única y absorbente tarea de seguir tus movimientos: pasos imperiales, saltitos encantadores, giros de cuello dramáticamente tentadores, bailes sensuales. ¡No, cómo resistirse a ese glorioso evangelio! Glorioso pero al cual renuncio para disolverme y entregarme en ti en el rito de cada beso que debiera ser eterno; así que ayudémosle con hiperbólicas tareas líricas: Revivamos a Shakespeare, y pidámosle otro centenar de sonetos, insuflemos el buen amor del arcipreste, las saetas del buen Lorca y los tercetos de Machado en un cono de helado de frutas silvestres… 

Digamos, simplificando ya para terminar la retahíla, que mejor prueba encontrarás, tanto más clara, tanto más cotidiana, en estos tus ojos admiradores, atados a ti como girasoles y un poco más abajo la honesta, pura, inocente, permanente sonrisa que me causas. Pero ¿qué balada es esta, mundana y egocéntrica? Es la que se siente desde esta, mi costa de nuestro amor, apoyados los codos en el alféizar de la ventana feliz que me deja verte cuando el sol del atardecer se funde en un velo de estrellas y te revelas profunda, esencial: perfecta.

2011/03/19

Tercetos melancólicos

Dime cuál es el final.
Así estaré allá
cuando tú llegues.

*    *    *

La noche viene siempre
Cuando se pone el sol
Tras tu sonrisa.

*    *    *


Es tuyo
Un camino
diferente.

*    *    *


En la cima se separa
El camino del viento
de los caminos tuyos.

*    *    *


El resplandor en la lágrima,
El sol negro tras las nubes
Y tu sombra distante.

*    *    *


No veo el gris urbano
Ni las grietas del tiempo
Cegado por tus ojos

*    *    *


Es el vino bueno 
Si prodiga la palabra
Entre amigos.

*    *    *


No es noche
Esta soledad
Que me dejaste.



2011/01/11

No creo

No le creo a nadie, nunca he creído en nadie. La gente no me despierta confianza ni nada parecido. Sé de tantas formas de engaño, de tantas veces que la gente ha mentido. Dejando de lado ese sesgo general que nos protege a todos (homo homini lupus dijo Hobbes y sigue siendo cierto), tampoco les creo porque los conozco personalmente. Sé qué han hecho y qué pueden hacer. A veces incluso ya lo han hecho sobre mí y lo han olvidado o, lo que es lo mismo porque la individualidad es una mentira, lo han hecho a otros frente a mí.

No espero tampoco que confíen en mí, porque yo sé de lo que soy capaz, de lo poco y de lo mezquino, de lo malévolo y enfermo que soy capaz. Mentir es cosa que sale natural para todos. Enunciar es mentir, o lo será por causa del tiempo o de la rutina.

Voto por el silencio simple. Por el silencio de la muerte.